Si el cine va de sentirnos reflejados en pantalla con el fin de empatizar con personajes y aconteceres, esta película, aunque desconozca su valor objetivo propiamente dicho, merecería el 9. Y es que yo, no sé ustedes, pero es subir un par de pisos y mirar hacia abajo y me pongo malo malo malo, enfermísimo, vamos, que me tengo que agarrar adonde sea con tal de soportar tamaña visión espeluznante que me producen las alturas. Por eso, imaginen llegado ese alargado final de improvisadas escaladas cómo se sentía un servidor: pues como el mismo protagonista, cagado de miedo y sin saber dónde meterme. Cine de terror en estado puro. Y ojito al dato: rodado en los años 20, vete a saber con qué nivel de recursos... No quiero averiguar si hay truco siquiera, pues se empañaría el aplauso: ¡BRAVO!

Añadan a eso que la vis cómica de la obra es impecable, aunque no todos los gags sean igual de buenos, de acuerdo; que es casi imposible no empatizar con ese don Nadie emperrado con la universal idea de triunfar, ganarse los dineros y con ello el respeto de su dama; que esto que digo no hace sino elevar una crítica demoledora al peligroso arte del aparentar y hacia el voraz capitalismo; que, aun con todo, y no importa que se pierdan los zapatos y los calcetines en los charcos de cemento, no hay nada que uno no pueda conseguir con el esfuerzo.

Y olvídate del vértigo.
Tu caída no será de 16 salvajes pisos.