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Voto de Antonio Morales:
8
Drama Treinta años después de divorciarse, Marianne, obedeciendo a un impulso repentino, visita a Johann, que ahora vive retirado en su casa de verano en la isla de Dalarna. Continuación de "Secretos de un matrimonio" (1973). (FILMAFFINITY)
5 de enero de 2015
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Obra testamentaria del cineasta sueco, “Saraband” fue una superproducción estrenada el 1/12/2003 para la televisión pública sueca que luego llegaría a las salas comerciales. Artista polifacético – teatro, cine, literatura –, que mantenía la idea de que “El teatro era mi esposa y el cine mi amante”. Que tuvo cinco esposas y nueve hijos, que siempre reconoció que no había sido un buen padre, tampoco buen marido, que en sus depresiones siempre barajaba el suicidio, sus crisis existenciales, todo ello quedó reflejado en su vasta filmografía. Bergman siempre intentó expulsar sus demonios internos y una de las ideas que le rondaba en los últimos años de su vida era retomar dos de sus personajes favoritos: Marianne y Johan, los protagonistas de una de sus mejores películas, “Secretos de un matrimonio”, aquella charla de una pareja en crisis que se canibalizaban moralmente. Bergman pretendía hacer una especie de continuación, simplemente ver qué había sido de ellos, quería volver a utilizar esos excelentes personajes, producto de su inspiración.

Estructuró el argumento casi de la misma forma que había hecho con “Secretos de un matrimonio”, es decir, con una serie de instantáneas o momentos dialogados (un total de diez), precedidos de un prólogo y rematado con un epílogo, en los que el espectador tendrá que añadir su imaginación para suplir las elipsis entre episodio y episodio. No se trata esta vez de una disección de la vida en pareja o de las consecuencias del paso del tiempo. Lo que más le interesaba ahora a Bergman era expulsar sus demonios internos, con respecto a las difíciles relaciones filiales. En este sentido, su guión gira en torno a las tormentosas relaciones entre Johan y Henryk, su primogénito hijo, por un lado; Henryk y su única hija Karin, tras la prematura muerte de Anna, esposa y madre, por otro; todo ello bajo el pretexto de la visita inesperada después de muchos años de Marianne a su ex marido Johan.

Por otra parte, el título alude a la acepción más frecuente de la palabra escogida, a saber, una danza para dos bailarines, pero no es menos cierto que también alude a la pieza que interpreta Karin con su violonchelo. La hermosa historia que Bergman nos muestra, transmite no sólo las miserias de los padres tomados individualmente, sino las generadas por la turbiedad de la relación que mantuvieron entre ellos. Marianne y Johan ya pasaron el calvario del desamor, la rabia y el rencor que suceden a la ruptura de una pareja. Henrik y Karin, ahora deben enfrentarse a la pérdida de la esposa y madre, pero también al deterioro de sus vínculos afectivos, a la amenaza del incesto, al miedo a la soledad que comportaría su separación. La vida pasa y cada vez es peor, parece decirnos el anciano Bergman.

Y por si fuera poco, persisten los misterios de la fe y del sentido de la existencia que vuelven a asomar con fuerza. Como siempre en el cine del maestro sueco, la representación del instante nos redime del vacío de la vida. Sorprende por su desgarrada sinceridad, la excelente interpretación de sus cuatro actores principales y, sobre todo por la serenidad que desprende la obra. Aderezado todo ello con la música de Bach, su favorito (Saraband, opus nº 5) y Brahms, que le acompañó siempre en su morada, en su retiro de la isla de Faro. Un tiempo en el que Bergman escribió las mejores páginas de un cine cuya mayor aventura consistía en explorar con metáforas visuales los recovecos donde se esconden los secretos más profundos del alma.
Antonio Morales
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