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Voto de Antonio Morales:
7
Drama Josu Jon (Óscar Jaenada), un joven etarra, se recupera de un problema de amnesia sufrido tras cometer un atentado terrorista. Mientras, Xabier (José Coronado), un profesor de la Universidad vasca, recibe amenazas de muerte de la organización criminal por sus ideas políticas. Francesca (Vanessa Incontrada), novia de Xabier y psicóloga de profesión, ayudará a Jon a recuperar la memoria. (FILMAFFINITY)
13 de enero de 2017
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Prólogo:
La sociedad vasca en los últimos años vive una gran bonanza económica, incluso en los años de crisis en un sistema tributario (concierto vasco), muy superior en ventajas al resto de los españoles. Su autonomía fiscal le supone un beneficio económico nada solidario con el resto de España, a cambio de una módica cantidad de euros anuales (cupo vasco), se benefician del paraguas protector español en cuanto a defensa, infraestructuras y costas, tienen unas competencias políticas infinitamente superiores a cualquiera de los Estados USA o los Landers alemanes, formando parte de los beneficios de la Unión Europea con las consiguientes ventajas comerciales y estabilidad económicas de las democracias avanzadas. Pero, por si eso no fuera suficiente, el estúpido gobierno español les cedió hace 30 años las competencias en educación, tema capital para el adoctrinamiento a las nuevas generaciones en el odio a lo español, un rencor que nació por la represión del franquismo y germinando en el terrorismo de ETA, de rancia extrema izquierda totalitaria, que ha impuesto el terror y el asesinato como medio para conseguir unos fines, que a día de hoy, serían muy perniciosos para el propio pueblo vasco.

Película:
Sobrio drama de Manuel Gutiérrez Aragón, uno de los pocos cineastas con valor para denunciar una situación sangrante que pese a bajar en intensidad ahora, tras la “tregua” de la banda asesina, que no ha abandonado las armas y que narra cómo: Xabier Legazpi (grande el trabajo de Coronado), profesor universitario comprometido contra el terrorismo, es amenazado de muerte tras unas declaraciones a la prensa, y lo hace su propio compañero de la sociedad grastronómica, Imanol (Iñaki Miramón), un abogado cercano a los presos vascos. Esa amenaza supone su pérdida de intimidad al tener que solicitar escoltas, padece la angustia de que ningún lugar es ya seguro y cualquier mirada es entendida como sospechosa, es la paranoia que genera la presión social del entorno etarra. Hasta sus alumnos le repudian y sus amigos le dan la espalda cobardemente ignorando cínicamente lo que sucede. Vive con su pareja de origen italiano, Francesca (Vanessa Incontrada), una psicóloga que trabaja en una institución donde va a parar Josu Jon (Oscar Jaenada) un terrorista que tras huir de un atentado tiene un accidente que le hace perder la memoria.

El film plantea de manera seca y cruel, sin falso sentimentalismo, la vida cotidiana de una pareja en un entorno hostil, por tener la valentía de hacer pública unas opiniones políticas contrarias a las totalitarias que prevalecen gracias a los violentos y a un pueblo rico en cultura y tradiciones pero apocado que mira para otro lado, cuando no y en el peor de los casos recogen los frutos políticos mediante el chantaje de los radicales y el cinismo de los aparentemente moderados. También plantea la reflexión de que el ser humano no es malo por naturaleza sino que se le puede influir en su educación y en un ambiente de odio y rencor que admite y justifica el vil asesinato por motivos políticos. Y por encima de todo, la supervivencia de las familias destrozadas por la violencia y la muerte de los seres queridos, la fractura social que provoca en una sociedad avanzada que permanece lastrada por la intolerancia de los violentos.

Reflexión:
Cuando en una sociedad se homenajea a los asesinos, confundiéndolos con luchadores (gudaris “soldados”) por la libertad. Cuando esa sociedad está más preocupada por los presos y sus familias, que exigen el reagrupamiento en cárceles vascas, mientras quedan más de 300 asesinatos impunes que han prescrito. Cuando a las víctimas de esos verdugos se les humilla, insultándolos y vejándolos socialmente, para defender la puesta en libertad de asesinos que no se arrepienten de sus cobardes crímenes. Cuando la Ertzaintza y la Guardia Civil, garantes de la libertad y la democracia para todos, deben esconder su rostro bajo pasamontañas para no ser identificados. Cuando un agente de policía no puede tender en el balcón de su casa su uniforme, para no ser detectado en el vecindario como un (Txakurra “perro” como insulto al policía). Cuando los agresores de un pueblo navarro que quieren euskaldunizar apalean a dos agentes del orden de paisano con sus parejas en un bar, los ciudadanos les amparan y después se presentan en manifestación para legitimar a los cobardes agresores.

Epílogo:
Cuando todo eso es normal, y no pasa nada... Es que esa sociedad está enferma de un cáncer terminal y gangrenada hasta el tuétano de odio y rencor sin motivo que lo justifique, al menos en el siglo XXI. Una sociedad timorata y vergonzosa, insolidaria y mezquina que legitima con su conducta el crimen abyecto, el terror y el totalitarismo, que merece el más absoluto desprecio de los ciudadanos que nos consideramos personas razonables.
Antonio Morales
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