El siempre trepidante Alexander Payne lo ha vuelto a hacer. Al igual que Entrecopas, Los descendientes dibuja un fresco muy acertado de las virtudes y defectos de los protagonistas. George Clooney, a pesar de vivir en Hawai, tener dinero y... ser George Clooney, que ha de molar mucho, pasa por momentos muy bajos. Tiene dos hijas que son bastante hostiables. La mayor es una respondona a la que han enviado a un reformatorio de otra isla Hawaiana (yo la hubiera enviado a la isla de los leprosos) y la niña pequeña apunta maneras para ser carne de vicio y depravación. Y por si eso fuera poco, se añade a la fiesta un jovencito melenudo con una educación deficiente.

A veces queremos que al actor de Abierto hasta el Amanecer se le acabe la paciencia y se ponga a matar a todos los hawaianos (a sus odiosos primos, a sus hijas, al chico melenudo, al padre de su mujer, al tal Speer...). Sinceramente yo pensaba que al final Clooney cometería una masacre de proporciones dantesca pero el director logra contenerse y evitar este recurso, tal vez ingenioso pero que quizás no iba con el tono del film.

En este sentido, el guión es de chapó pero para mi gusto es demasiado paradigmático y cae en una escolástica neo-kantiana que a veces puede rozar lo pueril. Muchos críticos han calificado Los Descendientes de perfecta lo que a mi entender es una exageración o directamente una villania. Es posible que estos mismos críticos estén enamorados en secreto de Clooney y se han conmovido por las desgracias que se ciernen sobre Clooney durante toda la película.