Media votos
7,0
Votos
2 208
Críticas
1 745
Listas
37
Recomendaciones
- Sus votaciones a categorías
- Mis críticas favoritas
- Contacto
-
Compartir su perfil
Voto de Vivoleyendo:
9
2009
7,9
144 467
Animación. Aventuras. Comedia. Infantil
Carl Fredricksen es un viudo vendedor de globos de 78 años que, finalmente, consigue llevar a cabo el sueño de su vida: enganchar miles de globos a su casa y salir volando rumbo a América del Sur. Pero ya estando en el aire y sin posibilidad de retornar Carl descubre que viaja acompañado de Russell, un explorador que tiene ocho años y un optimismo a prueba de bomba. (FILMAFFINITY)
6 de marzo de 2010
8 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estamos hechos de la materia de los sueños. Esperamos y esperamos cosas que necesitamos creer que están por llegar. Pero la vida da muchas vueltas y los sueños no siempre llegan en la forma que esperamos.
Raro es el que de pequeño no alimenta deseos de dar la vuelta al mundo, escalar montañas, visitar los parajes más exóticos, subir a la Torre Eiffel, pasear en góndola por Venecia, ver el Salto del Ángel, las cataratas del Iguazú o del Niágara, una pirámide azteca, perderse en la jungla de asfalto de Nueva York, pasear por la alfombra roja del teatro Kodak, admirar el Taj Mahal, internarse en la Ciudad Prohibida, sentirse pequeño ante la luminosidad vertical de Tokio, contemplar la puesta de sol tras la silueta de la Ópera de Sydney, bajo el Sydney Harbour Bridge. Delirios de esa inquietud existencial que se nos incrusta en el interior, la creencia de que uno no está completo si no corre al menos una gran aventura en su vida.
A veces tendemos a mirar muy alto y suspirar por esos delirios que de manera subrepticia se nos inculcan. Puede que los humanos, o una parte por lo menos, lleve en la sangre el ansia de explorar más allá de lo que está cerca. Como si, al no hacerlo, se perdiera una parte fundamental, como si uno fuese un fracasado por no haberse pasado una vida errante de emociones.
Las fantasías infantiles nos ayudan a crecer, a desarrollar la mente y prepararnos para cuando seamos mayores, no porque nos vayan a enseñar cosas prácticas (que para eso siempre hay tiempo, la realidad nos obliga), sino porque llegaremos a la adultez con más plenitud, habiendo pasado una infancia feliz en la que era posible tocar las estrellas alzando la mano.
Muchas veces creemos que no hemos cumplido aquellos sueños. Y en parte será cierto. Puede que sólo se cumpla uno entre cien, si se es afortunado. Pero en ocasiones, se readaptan a las circunstancias y maduran con nosotros. Y un día descubrimos que no necesitábamos arriesgar la vida en la selva del Amazonas o subir a lo alto del Empire State para sentirnos más plenos.
Porque nos damos cuenta de que cada día ha sido una pequeña aventura. Aquel día en que nos levantábamos y corríamos hacia el salón con el corazón batiendo, porque los regalos de Reyes estaban sobre la mesa del salón. Aquel otro día en que sacábamos una buena nota y la maestra nos felicitaba y, al llegar a casa, mamá sonreía y nos obsequiaba con nuestro plato favorito. Aquel otro día en que nos enamoramos y nos sentíamos flotar, mientras paseábamos cogidos de la mano, y lo que estaba alrededor era mejor que el Paraíso, porque era el escenario del amor. O aquel otro día en que miramos a esas personas con las que convivimos, que nos quieren contra viento y marea, y sabemos que no puede haber mayor maravilla que ésa.
Raro es el que de pequeño no alimenta deseos de dar la vuelta al mundo, escalar montañas, visitar los parajes más exóticos, subir a la Torre Eiffel, pasear en góndola por Venecia, ver el Salto del Ángel, las cataratas del Iguazú o del Niágara, una pirámide azteca, perderse en la jungla de asfalto de Nueva York, pasear por la alfombra roja del teatro Kodak, admirar el Taj Mahal, internarse en la Ciudad Prohibida, sentirse pequeño ante la luminosidad vertical de Tokio, contemplar la puesta de sol tras la silueta de la Ópera de Sydney, bajo el Sydney Harbour Bridge. Delirios de esa inquietud existencial que se nos incrusta en el interior, la creencia de que uno no está completo si no corre al menos una gran aventura en su vida.
A veces tendemos a mirar muy alto y suspirar por esos delirios que de manera subrepticia se nos inculcan. Puede que los humanos, o una parte por lo menos, lleve en la sangre el ansia de explorar más allá de lo que está cerca. Como si, al no hacerlo, se perdiera una parte fundamental, como si uno fuese un fracasado por no haberse pasado una vida errante de emociones.
Las fantasías infantiles nos ayudan a crecer, a desarrollar la mente y prepararnos para cuando seamos mayores, no porque nos vayan a enseñar cosas prácticas (que para eso siempre hay tiempo, la realidad nos obliga), sino porque llegaremos a la adultez con más plenitud, habiendo pasado una infancia feliz en la que era posible tocar las estrellas alzando la mano.
Muchas veces creemos que no hemos cumplido aquellos sueños. Y en parte será cierto. Puede que sólo se cumpla uno entre cien, si se es afortunado. Pero en ocasiones, se readaptan a las circunstancias y maduran con nosotros. Y un día descubrimos que no necesitábamos arriesgar la vida en la selva del Amazonas o subir a lo alto del Empire State para sentirnos más plenos.
Porque nos damos cuenta de que cada día ha sido una pequeña aventura. Aquel día en que nos levantábamos y corríamos hacia el salón con el corazón batiendo, porque los regalos de Reyes estaban sobre la mesa del salón. Aquel otro día en que sacábamos una buena nota y la maestra nos felicitaba y, al llegar a casa, mamá sonreía y nos obsequiaba con nuestro plato favorito. Aquel otro día en que nos enamoramos y nos sentíamos flotar, mientras paseábamos cogidos de la mano, y lo que estaba alrededor era mejor que el Paraíso, porque era el escenario del amor. O aquel otro día en que miramos a esas personas con las que convivimos, que nos quieren contra viento y marea, y sabemos que no puede haber mayor maravilla que ésa.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
La hipoteca, las facturas, las averías, las meriendas en el campo, las escapadas de fin de semana, el cuidado de la casa, las fotos, los objetos que él o ella bendice con su tacto. Volver del trabajo cansado, y sentir el pálpito del hogar. Oír una risa, esa voz tan familiar, el runrún de la tele… Y uno puede sentirse en el cielo. En el más perdido edén entre junglas inexpugnables cuya belleza nadie más que nosotros había descubierto jamás.
Por ello, cuando en realidad el sueño más hermoso se ha cumplido ya… Viajar a las cataratas Paraíso ya no será apremiante. Sin advertirlo, seguro que ya hemos llegado a ellas alguna vez.
Carl y Ellie tuvieron sus cataratas Paraíso. El increíble viaje de Carl es la prueba definitiva de amor. Una cuenta pendiente. Qué no habría hecho él por ella. Es el último viaje tal vez, el de confirmación, el de la vejez en la que ya uno siente que no tiene nada más que perder y poco tiempo por delante, así que… ¿Por qué no cometer esa locura que no era necesaria pero que tenías que ofrecerle a ella?
Y de paso… Vuelves a ser joven y sales de tu cascarón, porque hay seres inesperados a los que cuidar. Aún no estás muerto ni acabado, la residencia de ancianos puede prescindir de ti.
La aventura nos espera… Siempre.
Al doblar cada esquina.
Por ello, cuando en realidad el sueño más hermoso se ha cumplido ya… Viajar a las cataratas Paraíso ya no será apremiante. Sin advertirlo, seguro que ya hemos llegado a ellas alguna vez.
Carl y Ellie tuvieron sus cataratas Paraíso. El increíble viaje de Carl es la prueba definitiva de amor. Una cuenta pendiente. Qué no habría hecho él por ella. Es el último viaje tal vez, el de confirmación, el de la vejez en la que ya uno siente que no tiene nada más que perder y poco tiempo por delante, así que… ¿Por qué no cometer esa locura que no era necesaria pero que tenías que ofrecerle a ella?
Y de paso… Vuelves a ser joven y sales de tu cascarón, porque hay seres inesperados a los que cuidar. Aún no estás muerto ni acabado, la residencia de ancianos puede prescindir de ti.
La aventura nos espera… Siempre.
Al doblar cada esquina.