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Voto de Vivoleyendo:
9
Drama Pekín, en la actualidad. Durante el día, Mao Dabing (el Pequeño soldado Mao) trabaja de repartidor de agua embotellada, pero su pasión es ir al cine de noche. Una soleada tarde después del trabajo, Dabing se dirige hacia el cine a toda prisa en su bicicleta cuando, de repente, choca contra un montón de ladrillos en un callejón. Mientras se levanta, una joven que ha presenciado el incidente agarra un ladrillo y le golpea con él en la ... [+]
5 de mayo de 2009
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
El esplendor de la felicidad es tan breve que, cuando se va, deja un hueco de ominoso silencio, de un vacío que duele más aún al saber lo que se ha perdido.
Hay veces en que crecer es el peor de los castigos.
Hay veces en que el progreso es como una inundación que arrasa con las cosas entrañables de antaño, esas cosas antiguas que amábamos cuando éramos niños. Con esa pantalla de tela blanca del cine al aire libre que Lingling y Mao Xiaobing adoraban. Con la infancia.
Con los sueños.
Como Totó y Alfredo en "Cinema Paradiso", los niños chinos de esta historia triste y embrujada crecen, respiran y sienten a través del cine. No hubo una época más dorada que la de aquella azotea a la que ellos subían con unos prismáticos mágicos para ver a escondidas las sesiones semanales de "El Mundo del Cine", abarrotado de espectadores para quienes cada película proyectada era un viaje a todo lo posible y a lo imposible, un acontecimiento social, una pausa en la rutina y un contacto con la materia de los sueños, con lo intangible y con el infinito.
No hubo momentos mejores que aquéllos en los que dos niños detuvieron el tiempo en una plenitud absoluta y sin mácula, mientras jugaban libres de preocupaciones y veían pasar la vida como en una de esas tiras de celuloide que tanto les gustaba ver girar en el proyector.
Con frecuencia, la mayor felicidad se diluye en los vértices del tiempo cruel y da paso a un pozo de tinieblas del que es muy difícil salir.
Las memorias de Lingling constituyen un cúmulo de recuerdos atesorados, de los cuáles los más luminosos son los de su más temprana niñez en la que todo su universo eran su madre, ella y sus estrellas de cine favoritas, y la llegada de Mao Xiaobing, que se sumó temporalmente a su pequeño festín.
La cúspide justo antes de la caída, las esperanzas aún intactas, el alma todavía entera y libre, ese instante supremo que es lo más próximo al cielo que podamos conocer. Un instante que desaparece y que no vuelve.
Y después... El dolor de hacerse mayor y saber que tienes que renunciar a tantas cosas y que no volverás a estar en la cresta de la ola. Y de ver cómo muchas de las posibilidades que antes tenías por delante, ahora se van cerrando a tu paso. Y de cometer terribles errores que no podrás enmendar. Y de ser consciente de que no puedes dar marcha atrás.
Como el del cine del pueblo donde ella creció, Lingling experimentó su propio derrumbamiento.
Lo mejor que tuvo se convirtió en escombros y en polvo.
Pero la vida continúa. Aunque esté rota en pedazos...
Puede que una de las consecuencias de crecer sea acostumbrarse a recoger nuestros propios pedazos y tratar de seguir caminando, resignándonos a restaurar un alma cada vez más llena de cicatrices, como si fuese un jarrón que se rompe y se recompone una y otra vez.
Ya no será tan bonito como había sido.
Vivoleyendo
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