Todo es simple y fluido en "Mesas separadas". Su director, Delbert Mann, nunca tuvo tics o divismos de gran estrella, más bien era un fino artesano con mucho oficio, alguien que prefería poner el foco en sus intérpretes y la historia a contar. En este caso, una ingeniosa adaptación unida de dos obras teatrales de un solo acto, firmadas con gran ingenio por Rattigan.

En un libro reciente, José Luis Garci ha elogiado la vivacidad de los diálogos de esta película coral. Todo el reparto se mostró muy cómodo con ellos porque no eran enrevesados, más bien eran fáciles de memorizar y conectaban con facilidad con las réplicas que debían dar.

Aunque tiene un tono cómico en varios aspectos, este apartado lugar ofrece también una dosis muy considerable de fracaso trágico. La joya de una ya de por sí excelente corona es David Niven, imperial en los tartamudeos que otorga a su veterano mayor del ejército británico. Burt Lancaster, por su lado, era algo más que una gran figura en este relato, pues fue su productora la que se puso a la caza de los derechos del material teatral para trasladarlo con ingenio a la gran pantalla.

Y todo eso apenas sería la punta del iceberg de un retrato del alma humano hecho con sonrisa y ternura. Daría la sensación de que la cinta de Mann repudia el crimen y la soledad, pero se compadece solidariamente con el criminal y al solitario.

Se exploran facetas como el control dictatorial bajo dulces maneras que una madre impone a su hija, también como la vejez hace temer lo peor incluso a las grandes bellezas (estamos ante uno de los mejores trabajos de Rita Hayworth).

Si no la han visto, no e priven de ella. Poco más de una horita y media compartiendo mesa y mantel con esta peculiar tribu. Un film que merecería bastante más reconocimiento del que tradicionalmente ha recibido.