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Voto de simón:
10
7,7
122 194
Drama. Romance
Chris Wilton (Jonathan Rhys Meyers) es un ambicioso y joven profesor de tenis con escasos recursos económicos. Gracias a su amistad con Tom Hewett (Mattew Goode), consigue entrar en la alta sociedad londinense y enamorar a su hermana Chloe (Emily Mortimer). Tom, por su parte, sale con Nola Rice (Johansson), una atractiva americana, de la que Chris se encapricha nada más verla. El azar, la pasión y, sobre todo, la ambición llevarán a ... [+]
9 de febrero de 2009
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Por qué nuestra vida es finalmente como es? ¿Resulta todo aquello que un día nos prometimos? ¿Se han cumplido aunque si quiera fuese por un instante todas aquellas expectativas que en cierto momento soñamos por consumar? De no ser así, ¿qué motivos han sido los causantes de que nuestra existencia no termine por ser como así lo hubiésemos deseado?
¿En qué medida depende la fortuna en nuestro destino? ¿Quizá bastante más de lo que incómodamente podríamos reconocer? ¿O simplemente puede considerarse la misma como accesoria a lo que realmente es importante, esto es, el talento, la constancia, el empeño, la perseverancia o el esfuerzo con denuedo? ¿Debemos aguardar a que la Diosa fortuna nos indique el camino a seguir, o es más inteligente, empero, tomar la iniciativa y luchar sin descanso por todas aquellas ilusiones que un día ambicionamos conseguir? ¿ Es posible que un solo acontecimiento, por todo lo nimio que un primer momento pudiera parecer, condiciona toda nuestra existencia? ¿ Es cierto, como afirma en cierto libro Paulo Coelho, que a veces parece que todos los elementos del universo conspiran entre sí para lograr un determinado fin, por muy oscuro o imbricado que este pueda parecer? ¿Cómo sería de diferente toda nuestra existencia si en un momento muy preciso y determinado por el azar hubiésemos conocido a otra persona? ¿Seríamos más felices o simplemente retrasaríamos la solución final, puesto que todo estaría determinado a la consecución de unos fines, irrogados por ignotos designios, previamente fijados?
¿Realmente cuál es el motivo que nos empuja actuar de una determinada forma? ¿Cuál es la emoción que predomina en cada momento: el miedo, la culpa, la codicia, o quizá sea el egoísmo? ¿En qué medida son correctos y hasta qué punto permisibles nuestros actos si todos y cada uno de nuestros pasos van encaminado a la honesta búsqueda de nuestra propia felicidad?
¿Realmente conocemos a nuestros vecinos, compañeros, amigos, familia, amantes o novios? O incluso, ¿nosotros mismos somos conscientes, sobrevenida una situación de crisis, de lo podríamos llegar a hacer? ¿Nuestros actos son lo todo lo correctos de lo que en un principio habíamos considerado?
¿De qué forma afecta la conciencia a nuestro comportamiento? ¿En qué manera nuestro sentimiento de culpa condiciona las decisiones a tomar? ¿Existen seres que nunca escuchan esa vocecita que los confronta con la realidad de sus acciones? ¿De ser así, son más felices estas personas?
Demasiadas preguntas, demasiadas dudas, tantas, que solamente un Woody Allen en estado de gracia podría contestárnoslas todas; en una memorable escena, una de las mejores de la historia del cine, en la que un muy sombrío y atribulado Jonathan Rhys Meyers reflexiona sobre todos esos dilemas que han afligido, afligen y afligirán de siempre a la humanidad.
¿En qué medida depende la fortuna en nuestro destino? ¿Quizá bastante más de lo que incómodamente podríamos reconocer? ¿O simplemente puede considerarse la misma como accesoria a lo que realmente es importante, esto es, el talento, la constancia, el empeño, la perseverancia o el esfuerzo con denuedo? ¿Debemos aguardar a que la Diosa fortuna nos indique el camino a seguir, o es más inteligente, empero, tomar la iniciativa y luchar sin descanso por todas aquellas ilusiones que un día ambicionamos conseguir? ¿ Es posible que un solo acontecimiento, por todo lo nimio que un primer momento pudiera parecer, condiciona toda nuestra existencia? ¿ Es cierto, como afirma en cierto libro Paulo Coelho, que a veces parece que todos los elementos del universo conspiran entre sí para lograr un determinado fin, por muy oscuro o imbricado que este pueda parecer? ¿Cómo sería de diferente toda nuestra existencia si en un momento muy preciso y determinado por el azar hubiésemos conocido a otra persona? ¿Seríamos más felices o simplemente retrasaríamos la solución final, puesto que todo estaría determinado a la consecución de unos fines, irrogados por ignotos designios, previamente fijados?
¿Realmente cuál es el motivo que nos empuja actuar de una determinada forma? ¿Cuál es la emoción que predomina en cada momento: el miedo, la culpa, la codicia, o quizá sea el egoísmo? ¿En qué medida son correctos y hasta qué punto permisibles nuestros actos si todos y cada uno de nuestros pasos van encaminado a la honesta búsqueda de nuestra propia felicidad?
¿Realmente conocemos a nuestros vecinos, compañeros, amigos, familia, amantes o novios? O incluso, ¿nosotros mismos somos conscientes, sobrevenida una situación de crisis, de lo podríamos llegar a hacer? ¿Nuestros actos son lo todo lo correctos de lo que en un principio habíamos considerado?
¿De qué forma afecta la conciencia a nuestro comportamiento? ¿En qué manera nuestro sentimiento de culpa condiciona las decisiones a tomar? ¿Existen seres que nunca escuchan esa vocecita que los confronta con la realidad de sus acciones? ¿De ser así, son más felices estas personas?
Demasiadas preguntas, demasiadas dudas, tantas, que solamente un Woody Allen en estado de gracia podría contestárnoslas todas; en una memorable escena, una de las mejores de la historia del cine, en la que un muy sombrío y atribulado Jonathan Rhys Meyers reflexiona sobre todos esos dilemas que han afligido, afligen y afligirán de siempre a la humanidad.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
No fue fácil pero al llegar el momento pude apretar el gatillo.
No conoces a tus vecinos hasta que llega una crisis, aprendes a esconder la conciencia bajo la alfombra y a seguir, tienes que hacerlo si no aquello te supera.
¿Y yo qué? ¿Qué hay de la vecina de enfrente? No tenía nada que ver con este horrible asunto. ¿No hay el menor problema en que yo muera, siendo sólo una inocente?
A veces los inocentes son sacrificados para dar paso a un orden mayor, usted fue un daño colateral.
¿También lo fue su hijo?
Sófocles dijo: “No haber nacido nunca puede ser el mayor de los favores”.
Prepárate a pagar el precio Chris, tus actos fueron torpes, llenos de fallos, como los de alguien que suplica ser descubierto
Lo correcto sería ser descubierto y castigado, al menos habría una señal de justicia en el mundo, una mínima cantidad de esperanza de un posible sentido.
No conoces a tus vecinos hasta que llega una crisis, aprendes a esconder la conciencia bajo la alfombra y a seguir, tienes que hacerlo si no aquello te supera.
¿Y yo qué? ¿Qué hay de la vecina de enfrente? No tenía nada que ver con este horrible asunto. ¿No hay el menor problema en que yo muera, siendo sólo una inocente?
A veces los inocentes son sacrificados para dar paso a un orden mayor, usted fue un daño colateral.
¿También lo fue su hijo?
Sófocles dijo: “No haber nacido nunca puede ser el mayor de los favores”.
Prepárate a pagar el precio Chris, tus actos fueron torpes, llenos de fallos, como los de alguien que suplica ser descubierto
Lo correcto sería ser descubierto y castigado, al menos habría una señal de justicia en el mundo, una mínima cantidad de esperanza de un posible sentido.