Mientras que las historias del cine puramente comercial te dejan con una sensación de déjà vu, el cine independiente o de autor mira más por lo artístico. Y de vez en cuando se dan pequeñas joyas como Yo, él y Raquel. La película del cineasta de origen mexicano nacido en Texas, Alfonso Gomez-Rejon, logra encontrar su identidad propia para convertirse en una obra encantadora, divertida y nostálgica. Yo, él y Raquel habla de cine «innumerables son los guiños y homenajes cinéfilos», de unos adolescentes aficionados a filmar películas absurdas que ayudan a entender su manera de ver el mundo y de una chica moribunda a la que le han diagnosticado leucemia. Habla del cáncer con un tono de comedia, pero con una delicadeza y un delicioso humor negro que no deja de sentir, en ningún momento, tristeza y preocupación por esa chica.

Jesse Andrews adapta su propia novela que trata un tema tan delicado como es la leucemia con mucho cuidado. La dirección es bastante dinámica para evitar caer en el estatismo, una solución fácil por la que seguramente muchos otros directores hubieran apostado. Basada principalmente en grandes angulares, encuadres con mucho margen por arriba, mucho movimiento, travellings en los que la cámara gira 90 grados a la izquierda.

En la mayoría de veces lo que de verdad importa no es lo que nos están contando, sino la forma como nos la están contando. Pero Yo, él y Raquel no deja de ser un relato humanista capaz de dejar un agradable sabor a realidad. Por lo cual, la película es un modo diferente de ver el mundo, aunque la realidad sea siempre igual.