Allen desarrolla una serie de historias paralelas sobre infidelidades y desamores dónde se mezclan drama y comedia (más lo primero que lo segundo), siendo ciertamente díficil adscribir genéricamente a la película, lo que no implica ni mucho menos que sea una obra inclasificable. Es, simplemente, una obra de pura filosofía alleniana -sobre Dios, la existencia, la culpa, la religión: influencias de Bergman-, verborreica, muy bien escrita, con geniales chispazos del maestro neoyorquino. Allen sabe dirigir muy bien a sus actores (Landau está inmenso) y salpica la historia de todo tipo de guiños cinéfilos y autoguiños profesionales, lo que la hacen atractiva no sólo para los admiradores de éste, sino para todos en general, de ahí quizás proviene el que sea de las más consideradas globalmente de su filmografía.