Haz click aquí para copiar la URL

El intendente Sansho

Drama A finales de la Época Heian en el siglo XII, el gobernador de un pueblo es enviado al exilio. A pesar de que su familia quiere ir con él, ninguno podrá acompañarle, pues, engañados por una vieja que se hace pasar por sacerdotisa, son vendidos como esclavos por separado: la madre por un lado y los hijos por otro. (FILMAFFINITY)
<< 1 7 8 9 10 12 >>
Críticas 58
Críticas ordenadas por utilidad
22 de julio de 2016
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
En el contexto de nuestra visión occidental resulta difícil penetrar en el espíritu medieval japonés.
Pero todavía más en su cine de mediados del siglo pasado.

Nos hallamos ante una muy poderosa historia que se cuenta de un modo algo fofo y esquemático a causa de la disposición de director y guionistas al trasladarla a la pantalla.
Desde el punto de vista de la narración cinematográfica, la fuerza del argumento desfallece, por desgracia, en una puesta en escena premiosa, moralista y de capacidad de fabulación escasa.

Pero hay que reconocer que la película posee una fuerza intrínseca evidente y un profundo sentido dramático.
También que es generosa en la belleza de su fotografía, en su beligerancia contra la injusticia, en su capacidad de denuncia y en su talento para mantener un alto grado de interés durante todo el metraje.
ABSENTA
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
26 de septiembre de 2018
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Zushio comunica a los pobres esclavos que ya no existe la compra-venta de seres humanos, que son libres de ir donde les parezca y que serán pagados con un salario si desean trabajar.
Poco después bailarán felices y haciendo pedazos la hacienda donde eran maltratados. Se rompen las cadenas de la opresión, se proclama la libertad. Asistimos a uno de los momentos más poderosos y conmovedores del cine universal.

Una de las obras más grandes, a la vez de las más duras, del maestro Kenji Mizoguchi, fue y será por siempre "El Intendente Sansho", pieza fundamental de su filmografía. La última década de su existencia, los años '50, coincidió con el momento en que el cine japonés estaba siendo colmado de elogios y reconocimiento en el extranjero gracias a títulos como "Rasho-mon", "Cuentos de Tokyo" o "Vida de Oharu, mujer Galante" y "Cuentos de la Luna Pálida de Agosto", ambas de su propia cosecha; el que nos ocupa también contribuyó a que los ojos del mundo se fijasen un poco más en el arte cinematográfico nipón.
Entre "Los Músicos de Gion" y "La Mujer Crucificada", films centrados en el mundo de la prostitución, recurrente del director, éste decidió adaptar, marcado por la influencia de la literatura de la era Meiji, "Sansho Dayu", famosa novela de Ogai Mori, otrora militar que acabó por convertirse en uno de los autores más importantes de susodicha época, la cual estaba inspirada en una antigua leyenda del folclore japonés. Para ello, Mizoguchi contaría de nuevo con la ayuda del guionista Yoshikata Yoda, el director de fotografía Kazuo Miyagawa y el compositor Fumio Hayasaka, algunos de sus habituales colaboradores.

En pleno milagro económico, el Japón de 1.954 recupera sus demonios: campañas políticas pretenden hacer renacer el fascismo restableciendo la autoridad del Emperador y creando una fuerza de defensa nacional. Muchos cineastas sirven a la ideología resurgente del nacionalismo, sin embargo otros combaten esta tendencia y ruedan films comprometidos y de contenido antimilitarista; Mizoguchi, progresista y en contra del cine de propaganda, el mismo que se vio obligado a realizar cuando el país se hallaba en plena 2.ª Guerra Mundial, vuelve a optar por la rebelión, la denuncia, el humanismo y la lucha de clases.
La historia transcurre a finales del siglo XI, en el período Heian ("paz" en japonés...qué ironía, ¿verdad?), y tiene como protagonistas a Zushio y Anju, hijos de un gobernador condenado por defender los derechos de los campesinos, una locura para los nobles. En una tierra marcada por miseria y esclavitud, los dos niños y su madre Tamaki son engañados y separados; los primeros serán vendidos como esclavos a un cruel señor llamado Sansho, la segunda será forzada a ejercer la prostitución. Pasan los años y Zushio intenta olvidar su pasado, pero para Anju la idea de escapar de la hacienda de Sansho y volver a reencontrarse con su madre sigue muy presente. La tragedia de "El Intendente Sansho" se destapa rabiosa y triste desde el mismísimo comienzo.

El padre de Zushio le enseña aquello que siempre estará ausente en el mundo al que se va a ver arrojado: "Si una persona no siente la caridad no es una persona […]. Todos los seres humanos son iguales, y no se les puede privar de la libertad". Éste, su hermana y su madre, acomodados en el seno de la nobleza, pasan al otro lado de la sociedad, donde abunda la pobreza, el dolor y el deseo de supervivencia; gris, frío y desolador, ese mundo estará habitado por seres desprovistos de sentimientos. Mizoguchi exhibe un pesimismo sin resignación y denuncia las opresiones que le sublevan; todo es cólera y deseo de cambio, deseo de quebrantar la injusticia, de proclamar el derecho por la vida y la libertad.
Los personajes de la obra, característicos de su cine, se hallarán en este dilema y supeditados a los elementos, pues la huida de la hacienda es algo imposible, aunque la sucesión de acontecimientos siempre les deparará destinos inciertos, sorpresa constante para el espectador. El film mantiene las constantes de Mizoguchi, tanto estéticas como temáticas, aunque en esta ocasión cada personaje masculino remite a otro, como en un espejo, al tiempo que representa su antítesis y son el motor de la acción (dos padres: el gobernador, que apoya a los campesinos, y Sansho, que los aniquila; dos hijos: Taro, que se rebela contra su padre, y Zushio, que colabora con los verdugos antes de tomar conciencia de su ignominia y reducirlos), y las mujeres carecen de doble, pero sólo ellas pueden cambiar el destino (Tamaki preserva a sus hijos con valentía, Anju se sacrificará por su hermano, y ambas lo pierden todo).

Los actores viven a sus personajes, una de las reglas de oro del cineasta ("sed el espejo del personaje, reflejadlo", solía decir); sublimes Yoshiaki Hanayagi, Kyoko Kagawa y Kinuyo Tanaka, musa de Mizoguchi, seguidos de un aterrador Eitaro Shindo en el papel de Sansho. Entre tanto, el virtuosismo técnico del film hace de éste un experiencia única, desde la puesta en escena, sobria y detallista, la música compuesta por Hayasaka, Tamikichi Mochizuki y Kanahichi Odera hasta el gran trabajo de fotografía de Miyagawa o el diseño de producción de Kisaku Ito y Shozaburo Nakajima.
Bella y descorazonadora, atroz y poética. Se retrata a los seres con dureza y lucidez, no teniendo otra salida salvo la decadencia o la muerte, pero en el camino la aniquilación y la angustia se cruzan con la esperanza y la calma; la naturaleza, la vida y la muerte viajan juntas en "El Intendente Sansho". Los siguientes trabajos de Mizoguchi estarían menos marcados por la cólera.

Éste, por sus virtudes artísticas y técnicas, su demoledor mensaje y sus inmortales secuencias (sobre todo ese final que hace trizas el corazón, versión esperanzadora del de "Vida de Oharu, mujer Galante"), sería, como dije antes, de los más grandes de su filmografía. Y de la Historia del cine.
No así comparte el León de Plata con "Los Siete Samuráis" en el Festival de Venecia.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Chris Jiménez
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
23 de septiembre de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
El intendente Sansho es una de las obras más recordadas del genio nipón Kenji Mizoguchi, y no es para menos. El cine del maestro se ha caracterizado, desde sus inicios en el cine mudo, por un carácter socio-político que se sitúa a la vera de los más desfavorecidos, dándoles la voz que arrastró hasta el final de su trayectoria cinematográfica. Sansho Dayu, título original de la película, concentra todos los temas de injusticia social de los que el director hace un espléndido alarde de poesía basándose en la obra folclórica de Rintarō Mori, más conocido como Mori Ōgai, un célebre novelista y general del Ejército Imperial Japonés, entre otras ocupaciones, que, al igual que Kenji Mizoguchi, defendió la libertad hasta el fin de sus días. La cinta narra el periplo de Zushiô (Masahiko Katô, Yoshiaki Hanayagi), un joven hijo de un alcalde regional que se vio sometido ante la crueldad de la esclavitud, junto su hermana y su madre, tras el destierro por principios de su padre, cuyas nobles proclamas acerca de la igualdad y la libertad constituyen el inmaculado espíritu ético que tanto Mizoguchi como Ōgai querían transmitir a través de su propia historia.

Componiendo la triste balada de este drama con la sabiduría propia de su carrera y edad (56 años), este prolífico director, considerado de los más influyentes del siglo pasado, hace temblar la maqueada historia de su país natal, donde siempre se escuchan relatos de heroicos emperadores y nobles samuráis, cambiando el registro para narrar la crueldad y condescendencia propia de la jerarquía social a la que estos títulos pertenecían y el Infierno que cosechaban en sus tierras para los menos pudientes. Con su estilo único, Mizoguchi consigue engalanarnos con el gran drama de un héroe que hizo libre al pueblo como un Espartaco japonés en la incansable búsqueda de su madre, saboreando el martirio padecido por los suyos, masticándolo con dificultad como miso para, finalmente, conseguir la esencia curativa del alimento perfumando, con ella, a los maltratados campesinos asediados por la tiranía del esclavismo. Todo esto dotado de una elegancia clásica designada por la elaboración minuciosa del director que, como en Cuentos de la luna pálida (1953), transmite la gracia del kabuki con el liviano hilo del amor y la esperanza al igual que en Los amantes crucificados (1954) mientras pasea con delicadeza por La calle de la vergüenza (1956) para hacer una contundente crítica no solo de la antigua era Meiji, sino de esa actualidad del 1954 y, por desgracia, de los tiempos actuales, donde el obsoleto sistema jerárquico sigue presente.

Qué fácil le suponía a Mizoguchi narrar historias como fábulas, adelantándose a sus coetáneos como Kurosawa u Ozu en la adaptación y narración de sus obras, incluso traduciendo, como es el caso, los cuentos inconclusos del novelista similares a la tradición oral, inundados de espiritualidad y simbolismo, para acercarse al crudo realismo histórico de la época, pero sin perder ni un ápice de la detallada moraleja con la que Ōgai hacía su reivindicación. Escenas como la entrega material del Buda de padre a hijo, como amuleto, han sido parafraseadas en innumerables historias, asentadas en la cultura popular e incluso homenajeada en el popular anime Akame ga Kill! (Tomoki Kobayashi, 2010). Este elemento simboliza la esperanza, móvil del protagonista y salvavidas, que esperan transmitir los autores. Una esperanza por la igualdad, por sustituir el egoísmo por piedad, por ser libres. El japonés, de nuevo, hace hincapié en la prostitución, definiéndola paralelamente como ‘mano de obra esclava’, condenando la trata de blancas para posicionarse a favor de las prostitutas que, en su total libertad, puedan ejercer el oficio si quieren, como ya nos contó en Mizoguchi en su última película.

Siguiendo el camino de Zushiô y su hermana Anju (Keiko Enami, Kyôko Kagawa) el director nos presentará, y nos dará el gusto de conocer, a una de las eminencias feudales que poblaban Japón: Sanshô Dayû (Eitarô Shindô). La encarnación del abuso, la codicia y la desigualdad es mostrada como un anciano rico y esclavista que vertebra la película. Se traza un estado de sentimientos cíclico en el personaje de Zushiô que marca los tramos del filme; en primer lugar, un joven Zushiô es portador de la esperanza y amor al prójimo que su padre le quedó como herencia. A raíz de su estrechamiento con la desesperación y el dolor por mediación de Sansho, Zushiô pierde la inocencia, abandonando todos los sentimientos iniciales, desprendiéndolos junto al Buda del que se deshace, a la herencia de su padre. Mizoguchi ahonda en este tramo, el nudo, hostigándonos con el tortuoso ambiente que crea en el campo de trabajo y acorralándonos en esa desesperanza, en la injusticia social, que padecen los esclavos. Por último, el protagonista, al que con el nudo Mizoguchi rompe y vuelve a montar en la recuperación del Buda por mediación del sacrificio de Anju, concluye la evolución del personaje retornando a la pureza espiritual de su padre, el cual también se sacrificó, al planteamiento que convive con el desenlace en cuanto al sentimiento primordial del amor, la bondad y el sacrificio. El director hace renacer espiritualmente la noble figura paterna, reencarnándose en su hijo para transmitir la filosofía budista y humanista de sí mismo y del autor. Todo tiene un ritmo fluido, impropio de las películas de sus coetáneos Kurosawa u Ozu, sabiendo jugar con las líneas argumentales paralelas y los tiempos narrativos, estrictamente atado a la prosa de los guionistas Yahiro Fuji y Yoshikata Yoda que angustian y conmueven con los diálogos y silencios del protagonista. Casi pareciera que nuestra estancia en ese campo hubiera sido de diez años, viendo crecer a Zushiô en un entorno que lo destroza emocionalmente, y nosotros creciendo con él.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Tiggy
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
23 de agosto de 2021
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
No hay más que rendirse ante esta obra maestra de Mizoguchi. En cualquier obra de arte y, por tanto en el cine, la grandeza está en la perfecta conjunción de contenido y forma. Y recuerdo pocas películas donde esto esté tan conseguido.
Una trama de fondo, con anclaje en los más esenciales valores humanos -el amor, la familia, la libertad, el perdón- y todo eso contado con tal calidad de lenguaje cinematográfico que parece imposible que Mizoguchi consiguiera que la belleza se sostuviera siempre, en cualquier escena. Los planos son tan interiores que te metes en ellos sin darte cuenta de que es una película, porque los ves como vida.
A eso se suma la calidad de todos los intérpretes, que también han interiorizado los personajes, y no son actuaciones sino, una vez más, vida.
Esta es una de esas películas que te conmueven y no en una escena aislada, sino a lo largo de todo el metraje.
Se ha escrito aquí mucho, y bien, de la escena final. Es el compendio de toda la película, de una grandeza sublime y sencilla.
yoparam
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
26 de junio de 2006
6 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Otro de los grandes films de mizoguchi (como casi todos los de su última etapa);
y de nuevo dos de sus grandes temas:
. el japón feudal con su sistema esclavista y el inmovilismo de los privilegiados
. la mujer, tanto como principal víctima del sistema, pero tambien como 'ser' fuerte que soporta mejor que el hombre las injusticas.
Película delicada y poética... para disfrutarla.
headhunter
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
<< 1 7 8 9 10 12 >>
Cancelar
Limpiar
Aplicar
  • Filters & Sorts
    You can change filter options and sorts from here
    arrow