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Yo, Daniel Blake

Drama Por primera vez en su vida, víctima de problemas cardiacos, Daniel Blake, carpintero inglés de 59 años, se ve obligado a acudir a la asistencia social. Sin embargo, a pesar de que el médico le ha prohibido trabajar, la administración le obliga a buscar un empleo si no desea recibir una sanción. En la oficina de empleo, Daniel se cruza con Katie, una madre soltera con dos niños. Prisioneros de la maraña administrativa actual de Gran ... [+]
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Críticas 97
Críticas ordenadas por utilidad
28 de octubre de 2016
11 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
A menudo se cita el paro juvenil como uno de los ejemplos más terribles de la crisis económica actual. La causa de ello no se debe únicamente al lastre personal y profesional que acarrea en muchos jóvenes el hecho de acabar la carrera y no poder encontrar empleo, sino al impacto que esta situación tiene sobre la economía del país. Pero esta necesaria denuncia a veces tapa un problema incluso mayor: el desempleo entre la generación de los que se acercan a los 60 años, un segmento que tiene extremadamente difícil encontrar un nuevo trabajo y que todavía no tienen edad para jubilarse.

Daniel Blake pertenece a este último grupo. Es un carpintero de Newcastle al que su médico le ha dado la baja laboral tras haber sufrido un infarto en el trabajo. Al no poder ejercer su trabajo, solicita la prestación por incapacidad. Pero los responsables se la deniegan por no llegar al mínimo de puntos necesarios para conseguirla: puede caminar bien, valerse por sí mismo y su cerebro funciona, “únicamente” tiene problemas de corazón. Esta desidia gubernamental y el océano burocrático que hay que afrontar para apelar o reclamar otras ayudas ponen a Daniel en una situación límite, similar a la de su nueva amistad: Rachel, una madre de dos hijos que, tras residir dos años en un albergue, se ha trasladado desde Londres hasta Newcastle para ocupar el piso que al fin le han otorgado. Un asunto no menos peliaguado será el de encontrar un trabajo mínimamente decente.

Ken Loach dirige Yo, Daniel Blake con el espíritu de denuncia social que ha engalanado toda su carrera cinematográfica. El término “denuncia” puede ser peligroso en nuevos directores, porque muchas veces se atenúan las críticas a su nueva película por el mero hecho de realizar una reivindicación loable (tenemos ejemplos recientes a puñados), pero tratándose de un tipo que lleva más de medio siglo tras las cámaras es difícil tener dudas al encarar su película. Y si había alguna, queda disipada tras la primera media hora de metraje, cuando el cineasta ha sabido dar el toque veraz a sus protagonistas al tiempo que ha prendido con acierto la mecha argumental.

Con el transcurso del film, hay espectadores que seguramente piensen que Yo, Daniel Blake parece abusar del tópico en ciertos momentos. Es entonces cuando sobrevuela una pregunta: ¿realmente podemos considerar como un defecto que asistamos a representaciones veraces que hemos visto en nuestra vida diaria? La lentitud de los sistemas públicos de empleo o la precariedad laboral ya han sido plasmadas en el cine y muchos lo hemos vivido en primera persona, pero no por ello Loach resulta reiterativo al representar estos temas en su obra. Únicamente la definición arquetípica de ciertos personajes (la funcionaria amable, el vecino gracioso…) y pequeñas subtramas que se abren en la cinta, como la relacionada con el hijo pequeño de Rachel, pueden ser consideradas como tópicos negativos.

Con todo, lo cierto es que el británico maneja bastante bien el ritmo de su película. Yo, Daniel Blake no es cargante por su temática ni demasiado liviana por la poca experimentación del director. Tampoco acusa el exceso de escenas demasiado emotivas que muchas veces tiran por tierra esta clase de films. Más bien al contrario; la recta final deja una secuencia graciosa y sorprendente, amén de resultar bastante acertada para encarar el desenlace. Este, todo sea dicho, sigue el tono normal de una película que huye de grandes alardes y que pretende, por encima de cualquier cosa, resaltar la injusticia social.

Al leer las opiniones negativas que se vertieron contra el film tras recibir la Palma de Oro, uno tenía la sensación de que dichas críticas estaban más influenciadas por el hecho de que la obra de Loach pudiera no poseer el suficiente volumen de riesgo artístico que muchas veces se reclama a estos premios y no porque realmente fuera de mala calidad. La sensación era correcta. Aunque realmente el galardón pueda ser excesivo por lo ya comentado, Yo, Daniel Blake está lejos de ser una película mediocre o decepcionante, ya que el director británico consigue que su trabajo se abra al espectador mientras es representado en pantalla y permanezca en su cerebro tras los créditos finales. Esto último, por cierto, tampoco es una proeza: la desgraciada realidad en este caso supera claramente a la ficción, como bien comprobamos día tras día al leer la prensa.


Álvaro Casanova - @Alvcasanova
Crítica para www.cinemaldito.com (@CineMaldito)
Kasanovic
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17 de febrero de 2018
8 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Redoble de tambores, Ken Loach, director que una vez descubierto tarda muy, muy poco en pasar a la lista de favoritos vuelve a hacerle justicia al cine mediante la gran pantalla y la honestidad de un guión al que no se le pueden hacer grandes reproches.

Yo, Daniel Blake es una historia realista, en ella aparecen personajes que representan ciudadanos comunes capaces de todo: trabajar, cuidar a los demàs, reír, empatizar, amar y cumplir las normas de un sistema económico impositivo. A la vez que inadecuado al ser humano disfuncional por su falta de cobertura y de incentivo social, que apenas deja espacio creativo y educa hacia el altruismo, características indispensables para levantar naciones y redes humanas lo suficientemente cohesionadas y sanas.

En esta película vemos descrita como la aplastante privatización de los derechos humanos se ha globalizado hasta adueñarse con el colectivo imaginario, el capitalismo ya lo es todo, unas esposas maniatando nuestras muñecas y otros candados que amenazan el poder de subversión que reside en nuestras neuronas y labios, en el pensamiento y el-posible-golpe a tiempo sobre la mesa.

Para los protagonistas de esta cinta la dignidad va por delante de cualquier otro valor y por eso se afanan en solidarizarse, en cooperar mientras combaten las injusticias laborales que les sobrevienen con los pocos medios políticos y materiales que poseen. Ademàs de esto encontraremos explicitada la diferencia de gènero, veremos como la mujer ha de lidiar con un conjunto específico de dominaciones por ser un sujeto femenino, y al igual que en la realidad "eso es todo""asúmelo". Es un relato que hace llorar, pero con mayor fuerza consigue esperanzar a una clase obrera que es atacada por todos los frentes, día y noche, sin descanso, por el simple hecho de no haber nacido en un lugar privilegiado.

Los trabajadores mueven el mundo, lo habilitan para que sea el lugar de todas las clases pero la barbarie se ha apoderado del destino de toda la humanidad a travès de una burguesía con tantos lacayos intermedios (e intermediarios) que ya no sabemos ni que rostro tienen. Ese es el mensaje que podríamos llevarnos con nosotros despuès de verla, el abismal antagonismo entre un hombre leal y transparente y la oscuridad tenebrosa de un conjunto de dirigentes crueles y faltos de liderazgo que consiguen mantener un neoliberalismo salvaje sin atender sus consecuencias.

Por su riqueza en matices, su sencillez en diàlogos y acierto en escenas, esta obra se lleva el diez. Ojalà fuese vista por cada nueva generación y los que ya estamos dentro de la distopía.
rpgraficas
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4 de mayo de 2020
22 de 38 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si quieres una buena referencia sobre esta película, aquí tienes la mía: Un rollete penoso. Todo el mundo sufre, unos más otros menos. Y a todos nos indigna la pobreza y las injusticias, eso no es patrimonio de nadie, y nadie, ni ninguna doctrina, tiene la potestad exclusiva de la denuncia, y menos los millonarios, que los perros viejos como yo no tragamos con eso.

Aquí tenemos a una persona que merece todos los respetos, Daniel Blake, que le ha tocado luchar contra la terrible burocracia inglesa, una burocracia que se presenta intransigente, dura, desalmada. Y nos lo cuenta este Ken Loach y bien, de acuerdo, no vamos a hablar mal de él, igual sólo quiere crear conciencias, pero amigo, tu cine denuncia está mal presentado o quiere confundir deliberadamente o lo que sería peor, que confunde y mucho sin quererlo y más visto esos comentarios que hay por ahí de gente tan cultureta.


Comprendemos la rabia de ese hombre, Daniel Blake, no hace falta ser un bolchevique casposo para comprenderlo ni que nos machaquen una y otra vez sus encontronazos con la Administración porque puede que todo se haga demasiado repetitivo, además que sabemos que lo que pasa no es más que un extremo puntual dado en la gestión de algún trámite por culpa de un funcionario que se le han calentado los cascos, o puede incluso que sea que las oficinas estén atendidas por demonios, o puede ser un caso real, ya que a muchos no se les aprueba lo solicitado porque no cumplen los requisitos. Pero también puedes quitar a Daniel Blake y poner al resto de gente que sí se les ha concedido sus solicitudes, porque sabemos que todo trámite tiene un procedimiento correcto para aplicar las leyes aprobadas democráticamente, y subrayo esto último, y que eso es gracias a ese país en el que viven, porque seguro que hay otros países que ni siquiera disponen de esas leyes, de esas ayudas, de esos recursos, ni de esa democracia.

Puede que este país, como otros que acogen, sea además un país solidario, de gente que se preocupa por los demás, que proporciona asistencia básica sin recibir nada a cambio a personas de dentro y a personas que vienen de fuera, de esos países sin tantos recursos. Lo que no se puede aguantar es que los demagogos digan lo de siempre, que estos países "más desarrollados" tienen que cambiar porque son muy malos, y sus funcionarios son ogros, y su gobernante es el mismísimo diablo y su gente muy mala, que no dan nada, que tratan muy mal a las personas porque las hacen llorar porque no pueden comprar una compresa y que terminen indignados por esas "injusticias", así que les gusta mucho Ken Loach y todos los ken loachs que hay por el mundo, pero callan y eso no lo reivindican que la verdadera y auténtica gente pobre ha quedado allí, donde Ken Loach debería hacer y dirigir este cine denuncia, que la pobreza sigue en esos países donde no disponen ni de una miserable oficina a la que puedan dirigirse, y es más, aunque sólo sea, y fíjate lo que digo, sencillamente para protestar. Porque no pueden ni protestar porque a lo mejor van a la cárcel.
A los perros viejos, este cine para el gato.
floïd blue
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30 de marzo de 2017
8 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Soy un anciano que en su adolescencia fue marcado profundamente por la Revolución cubana, y en aquella época de jóvenes idealistas ocupamos los lugares que creíamos adecuados para rebelarnos contra las desigualdades, la prepotencia y la dominación. En mi país (Uruguay) fuimos masacrados y a muchos nos tocó una caricia comparada con las atrocidades que otros sufrieron. Hoy, con los mismos principios e ideales estamos en trincheras desarmadas y casi destruidas, pero aún así tenemos esperanza. El director Ken Loach es uno de los nuestros.

Si te interesa el prójimo, si te rebelan las injusticias, si te importan los miserables, los infelices, los desdichados y las víctimas del capitalismo salvaje, es un deber pagar una entrada o alquilar el DVD para ver esta película.

Cómo una patada en el bajo vientre el octogenario Ken Loach, luchador social de toda la vida, te arroja sin piedad una crónica de la violencia que el sistema le aplica a las clases más desposeídas, el ninguneo al que las somete con una deshumanizada burocracia y las consecuencias del desempleo y la pobreza. Pero también, te insinúa que la esperanza viene por el lado de la solidaridad y de la lucha.

Enorme, grandioso, emotivo, perfecto film. Advertencia: si eres débil o estás con el plafón muy bajo terminarás llorando al mismo tiempo que puteando por lo que verás en esta conmovedora obra maestra.

La recomiendo calurosamente y lamento profundamente carecer del carisma y del poder de convencimiento necesarios para hacer que esta obra sea ampliamente visionada.
Atilio
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29 de septiembre de 2016
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dicen que a los ancianos no se les puede hacer cambiar ni de opinión ni de rutinas. Por nuestra parte, sería injusto pedir que Loach, a sus 80 años, altere ni que sea un ápice su cine militante. Loach es Loach: no hay más. Por eso sorprende que Yo, Daniel Blake, dentro de la filmografía del británico más activo y activista que se recuerde, sea una película tan cálida. Vehemente pero sensible. Repetitiva pero firme. Bien interpretada y con grandes diálogos. Surtida de golpes maestros como la magnífica presentación de Daniel, con la pantalla fundida a negro mientras el hombre, un carpintero en busca de subsidio tras una operación de corazón, intenta explicar a la funcionaria de turno a modo de voz en off por qué merece percibir un subsidio. En paralelo al ritmo y al humor inteligentísimo que prima durante casi toda la función, el director británico se muestra menos imaginativo a la hora de acometer el final de la historia, una resolución que, por sus efectismos, parece especialmente diseñada para enervar al crítico de turno y meterse a gran parte del público en el bolsillo. Paradójico pero cierto. Asumo que Loach no inventa nada, pero me he descubierto con los ojos enjuagados al encenderse las luces del cine. Una historia de lucha y de amistad, un canto a aquello tan utópico de "la unión hace la fuerza". Una Palma de oro discutible, aunque muy pertinente.

@CinoscaRarities, Cinoscar & Rarities
Xavier Vidal
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