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París-Tombuctú

Comedia La frustración y el hastío vital de Michel des Assantes, un prestigioso cirujano plástico parisino, es insoportable: tiene una esposa a la que no ama, un hijo que le resulta ajeno y unos amigos a los que desprecia, pero es incapaz de quitarse la vida. Un día, le compra la bicicleta a un estrafalario ciclista que iba a hacer la ruta París­-Tombuctú y se lanza a hacer el recorrido: Tombuctú se convierte para él en la Tierra Prometida. (FILMAFFINITY) [+]
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Críticas 22
Críticas ordenadas por utilidad
14 de diciembre de 2016
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Para entender el último largometraje de uno de los cinco mejores directores españoles de todos los tiempos, es preciso conocer su trayectoria. Esta despedida de Berlanga no es un río ni siquiera un arroyo o un manantial, es un delta donde mueren sus anteriores películas, un lodazal de ilusiones y, como el cartel anuncia, un culo que materializará en deposiciones toda su obra y su vida, aunque la procedencia sean exquisitos platos o interesantes experiencias. Así pensaba el gran maestro en la última etapa de su vida. No había más que verle, en las pocas entrevistas que concedió, cómo rezumaba pesimismo y cómo su humor agudo, había adoptado esa otra acepción de la lengua que tiene que ver más con los líquidos en los que flotan nuestros órganos, elementos viscosos y de colores y olores sospechosos.

Algunos, a juzgar por sus críticas, no han querido ver el lado humano de alguien que murió convencido de que el mundo se parecía más a una alcantarilla que a una tierra de promisión.
Efectivamente, este recordatorio del ilustre valenciano que vuelve donde empezó, no es una comedia al uso, al menos que hagan gracia las risas de las calaveras, es el testamento de un anarquista desnortado que acaba con un grito rabioso y decepcionante: Tengo miedo.

Buscar la presentación, el nudo y el desenlace en París-Tombuctú, es querer simplificar la vida de un genio creador que huyó de correcciones, amigos impostados y que eligió su adiós, haciéndonos un "calvo" y una "butifarra". Sus burgueses fracasados, sus aristócratas arruinados, sus políticos corruptos, sus curas con babero, sus anarco/teóricos, sus militares en capilla, sus fetichistas normalizados, sus licenciados en hipocresía, sus pobres irredentos... son tan solo la certeza de lo difícil que resulta construir con materiales defectuosos.
Sinhué
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19 de noviembre de 2016
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
En 1998/1999, en puertas ya del nuevo milenio, regresó el gran Luis García Berlanga a Peñíscola, 42 años después de la encantadora "Calabuch", en lo que sabía era su despedida del cine, y en cierto modo de la vida (atención al graffiti que aparece al final: "Tengo miedo. L."), pese a que falleciera en 2010.

El resultado es una película que, aunque esté a años luz de "Calabuch", y desde luego de sus obras maestras de los 50, 60 y algunas de los 70 y 80, es un ejercicio bastante honesto de sinceridad, de inconformismo y de mala leche, todo un testamento exagerado de cómo se sentía don Luis a los 77 años.
Ciertamente, pese al pretendido tono humorístico, el panorama que pinta de España en el umbral del 2000 es poco agradable y, aunque sigue la estela de los guiones escritos con Azcona décadas atrás, aquí se nota más desaforado, más desatado, más chabacano, más soez. Libre ya de la censura franquista y superada la etapa del destape, el levantino apuesta por el exhibicionismo, pues Juan Diego se tira completamente desnudo toda la película, el anciano Piccoli sale en bolas dos veces y Concha Velasco, realmente espléndida a los 60 años, muestra sus pechos alegremente. Y etcétera.

Desde luego, siempre lo digo, Berlanga fue un excelente sociólogo y sabía retratar (nos) a los españoles estupendamente. Caos, verbenas, música de bandas, violencia verbal, jolgorio sexual combinado con beatería...y ya que estamos en Valencia, arquitectura ostentosa y fuegos artificiales a tutiplén y sin sentido. Aquí hay pullazos para todos: consumismo, mercantilismo, corrupción, banalización de la cultura y de la tierra...

Algún plano secuencia marca de la casa y el acostumbrado reparto coral (Manuel Alexandre repite como pintor cuatro décadas después) para una película muy lejos de la excelencia aunque, pienso, no debe desecharse como se hace. Pero, desde luego, quien no conozca el cine del valenciano, vea este film y se piense que todos son así, estará muy equivocado.
La trama es lo de menos y simplemente el espectador ha de limitarse a observar cual voyeur cómo Berlanga disecciona, una vez más y pese al tono bufo y exagerado, cómo somos los españoles y cómo nos ven desde fuera. Agridulce, deja buen sabor de boca.
Ferdin
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20 de noviembre de 2016
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Luis Gª. Berlanga realizó su última película consciente de ello y quiso dar una vuelta más de tuerca a su temas de siempre, a su universo personal, una visión desencantada, más pesimista y ácida sobre la sociedad en la que le tocó vivir . La película es un exabrupto cargado de mala uva ante la llegada del nuevo milenio, irreverente ante personajes y situaciones, mordaz, excesiva, a veces grosera y de mal gusto. Aunque el maestro proclamaba que su película pretendía ser divertida, lo cierto es que rezuma nihilismo y desesperación. La película que supuso su testamento narra la esperpéntica historia de un cirujano plástico parisiense, Michel des Assantes (Michel Piccoli), con disfunción sexual que, amargado de una vida que no soporta, piensa en suicidarse, pero finalmente decide, intentando escapar de la realidad, abandonar París y dirigirse en bicicleta a Tombuctú, que viene a ser como el paraíso soñado. Se trata, claro está, de una huida sin sentido, un viaje hacia ninguna parte, pero mira tú por donde, recalará en una Calabuch muy diferente a aquella villa amable y utópica que el propio Berlanga retrató maravillosamente treinta años antes.

Allí se topará, tras sufrir un pequeño accidente, durante las fiestas navideñas y gracias al destino, con un nutrido y variopinto grupo de personajes grotescos, como una familia que vive rindiendo culto a Manolete, cuyos disparatados miembros dan hospitalidad al médico francés: la ninfómana Trini (Concha Velasco), la beata Encarna (Amparo Soler Leal) y el fetichista Gaby (Javier Gurruchaga), que se creen hijos del malogrado diestro. También encontramos a un excéntrico sacerdote (Santiago Segura), un mecánico nudista y anarquista (Juan Diego), unos campechanos guardias civiles, una alcaldesa lesbiana y hasta un siniestro aparato en el que se practicaba ese “garrote vil” de tan funesto recuerdo, convertido ahora en atracción turística. Podría decirse que en este film coral, todo es caótico: en el planteamiento, el desarrollo y la puesta en escena… Abundan las situaciones estrafalarias, la mezquindad y el exhibicionismo sexual un tanto forzado así como diálogos soeces.

Sin embargo, goza de un espíritu decididamente inconformista que mira de frente sin importarle recurrir al humor grueso a la hora de mofarse de los tópicos nacionales. Precisamente en esa suma de pesimismo y humorismo, en esa combinación que se diría melancólica entre el fondo de sordidez de lo que narra y la aparente ligereza de su manera de hacerlo, es donde reside lo más destacable de la propuesta, además de reconocer que no pierde la personalidad y el estilo del cineasta. “París-Tombuctú” es una cinta amoral como una especie de verbena, un show alocado, de despedida desmadrada del milenio al que asistimos espectadores y lugareños, una farsa no muy lograda, una película fallida, en mi opinión, que aun manteniendo sus señas de identidad, si exceptuamos los escasos plano-secuencia, no hace honor a la categoría cinematográfica de Berlanga, uno de los más grandes del cine español y mundial.
Antonio Morales
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18 de agosto de 2010
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Digo, y no digo más, que el genio valenciano hace una gran obra a la que estropea el elenco actoral. Lo malo de este país es que hay tanta charanga y pandereta y cine malo, que cuando Berlanga usa sus mismos tópicos para burlarse de él, la gente piensa que lo hace en serio. Esa es una clave fundamental para entender al gran director, que él no toca la pandereta para sacar la consabida música, sino para que salga una música de violes. Lo malo es que tenemos hecho el oído a la pandereta y no sabemos ya como suena un violín.

Esta película con otros actores hubiera ganado mucho. Salvaría a un gran Juan Diego y quizás a Gurruchaga, que no desentona porque hace más o menos de sí mismo.
poetry22
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30 de noviembre de 2014
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es obvio que no es la mejor película de Berlanga, pero tampoco creo que merezca las furibundas críticas de las que ha sido objeto. Es un film irregular y caótico, con buenos momentos y con otros no tanto... La chabacanería y el humor de brocha gorda son un lastre demasiado pesado para una obra tan ambiciosa. El protagonista del film, con un Piccoli entregado, será siempre un alter-ego del propio Berlanga, y las menudencias de un pueblo como Calabuch encarnarán todo un mundo de opereta que siempre rechazamos, y del que no podemos huir. Berlanga continúa igual de mordaz que siempre al criticar esta España de charanga y pandereta, de moros y cristianos, de guardias civiles rancios y de anarquistas en pelotas que se van de crucero. Bajo la gruesa capa de caspa hay mucha mala leche, acidez y absurdo existencial. Todo es disparatado en la puesta en escena, incluido el desenlace, pero el mensaje sigue siendo de una extraordinaria coherencia y lucidez. Lo dicho, no es una obra maestra, pero sí es un digno testimonio de un libertario único, siempre en busca de la revolución pendiente, siempre cansado de escapar.
rober
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