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Hambre de venganza

Western Un capitán del ejército de los Estados Unidos se hace pasar por comerciante y va a México para averiguar quién le vendió rifles a los apaches que asesinaron a su hermano. Entre los sospechosos se encuentran un arrogante hacendado, su despiadado hijo y el capataz de su rancho. (FILMAFFINITY)
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Críticas 42
Críticas ordenadas por utilidad
22 de enero de 2009
61 de 65 usuarios han encontrado esta crítica útil
El hombre de Mann no es un rudo héroe, no es quien más rápido dispara ni quien más fuerte golpea. No suele ser un aventurero en busca de tierras lejanas. El hombre de Mann es siempre una incógnita, con un pasado oscuro y casi siempre vengativo. Es un hombre contradictorio que duda entre lo que está bien y lo que está mal. Es un héroe de la calle.

El hombre de Laramie es como cualquier trabajo de Mann, sutil. Hila fino en toda la historia llenando el western de suspense. Mann nos mantiene a la espera, realizando al mismo tiempo una contención de violencia que sabemos descargará tarde o temprano. Es esta película, sobre todo para las fechas en las que se rodó (1955), una cinta violenta, de western puro y añejo. Pero en lugar de mostrarlo todo, la cámara de Mann queda a la expectativa para que la propia historia, con pautas de la tragedia shakesperiana (El rey Lear), se desenvuelva por si sola sin alardes ni concesiones.

Si se rodara hoy la pelea que acontece en la cinta entre Will (James Stewart) y Vic (Arthur Kennedy) la cámara nos daría infinitos primeros planos detallados y secuencias ralentizadas para enfastiar la violencia. Mann sólo necesita dejar la cámara quieta, seguir a los dos entre las patas del ganado y rescatar la imagen de Stewart cuando este sale con una capa de polvo sobre la ropa. La escena espectacular, mantiene la tensión, refleja la violencia y el peligro, y lo más importante, huele a western.

La cámara de Mann es sutil como pocas. Encuadres perfectos, de esos que sin saber cómo, manejan abundante información más allá del primer punto focal. En su primera inmersión en el Scope, Mann ya lo domaba como un vaquero experto. No sólo en cuanto a información, si Mann ponía la cámara en un lugar era el centímetro donde debía estar y era la inclinación que debía tener y creaba la foto sin fisuras: Stewart y O’Donnell entre las sobras debajo del porche, un cielo de azul oscuro, y la iglesia, blanca y azulada por las sombras, detrás, en la esquina perfecta, con su campanario destacado, con una armonía sólo al alcance de los grandes.

Mann también era sutil con el amor. Aunque es cierto que al personaje de O’Donnell le falta perfilarlo más, los encuentros entre Stewart y ella están llenos de tensión sexual, de amor escondido, de dudas, de pasión contenida y todo ello filmado con sutileza.

La sutileza, perdida casi por completo en el cine actual, es un arma de doble filo sólo dominada por los más grandes. Mann era de los más grandes.

Para mis verdaderas almas gemelas de FA
Chagolate con churros
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26 de agosto de 2006
67 de 78 usuarios han encontrado esta crítica útil
Qué ritmo tan pausado y, sin embargo, qué intensidad en las miradas de los actores, en sus voces y en la forma de ir descubriendo poquito a poco los pasados de cada uno, sus miedos, sus envidias, sus desencantos... Y es que se trata de personajes maduros (y madurados), no de pistoleros infalibles, ni de chulos fascistas, ni de saltimbanquis, sólo de personas que se enamoran contra su voluntad, que afrontan la vida de formas diferentes, que no son ni guapos ni feos.

Un ejemplo de la madurez de este director es la forma de afrontar la historia de amor en el western. En este caso es romántica y delicada, pero es presentada de tal manera que el desenlace, sea cual sea –por supuesto no voy a desvelarlo aquí–, sólo puede terminar en tragedia.
Otro ejemplo, que a su vez es el rasgo distintivo de esta película –y de alguna otra de este director–, es el gran protagonismo de la intriga. En el pueblo comienzan a pasar cosas raras, se ciernen numerosas amenazas sobre Will, pero tardaremos en saber claramente de dónde y de quién vienen. Y no sólo la intriga se presenta en los rasgos más evidentes, sino también en la propia historia romántica, en el posible pasado militar de Will y en la misteriosa venta de las armas a los indios.

Y al que prefiera las peleas, sólo le diré que aquí hay una cortita pero impresionante que prácticamente transcurre entre las peligrosas patas de los caballos y del ganado bovino.
jastarloa
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14 de mayo de 2009
41 de 44 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lockhart, el héroe encarnado por James Stewart es educado y sereno, pero con un asunto que vengar.
De Laramie a Coronado, en Nuevo México, conduce tres carromatos de mercancías tirados por mulas, y hace un alto para contemplar unos cadáveres achicharrados, restos de una emboscada apache a un destacamento de Caballería. Uno de esos cadáveres es lo que pide venganza.
En Coronado comienza a investigar quién suministra rifles de repetición a los apaches. La región está dominada por un terrateniente severo y viudo, ya viejo, con un hijo malcriado y un competente capataz que aparentemente es como de la familia.
Con la red de control desplegada por esa familia desde su inmenso rancho ganadero tropieza Lockhart nada más llegar. Pero tras una electrizante escena en unas salinas, demuestra sus arrestos: desde el fondo de un largo plano con travelling inverso camina derecho al hijo de papá para provocar una pelea homérica, que no será el último de una serie de trepidantes episodios de lucha, también en el terreno amoroso, donde se plantea un triángulo conflictivo, una motivación extra para el héroe.

En la formidable arquitectura de esta película se ensamblan con el western componentes de cine negro, elementos de crimen y corrupción puestos al descubierto tras la fachada de una sociedad respetable, y componentes de épica, aportados por el grandioso tratamiento del paisaje. Mann prescindía del trucaje de los estudios, rodaba todo en exteriores. También cuenta la música, orquestada para refuerzo de la magnitud
En consonancia, los diálogos son precisos, directos, muy eficaces; van al grano, sin buscar lirismo.
Es la épica de la constitución, en los territorios indios, de las grandes haciendas, luchando entre sí por el predominio, y del dramático problema de la transmisión hereditaria de esas propiedades.
Y para añadir tamaño al argumento, uno de sus ejes principales es un sueño premonitorio, una repetida pesadilla del terrateniente, en la que un forastero aparece en sus dominios con un designio nefasto.

El estilo desarrollado por Mann para el western se apoya en bajar un poco la cámara y contrapicar ligeramente los planos con el fin de abarcar más cielo. Así, los fabulosos escenarios, que dejan a la naturaleza expresar su fuerza en imponentes panorámicas, incluyen cielos complejos, donde brillan nubes variadas. En medio de una tónica general de gran esfuerzo físico, los personajes escalan a caballo por zonas increíblemente escarpadas.
A su vez, los interiores tienen minuciosidad y delicadeza de pintura flamenca; ropa, muebles, cortinas y maderas están armonizadas en las gamas rojizas y ocres de la tierra y las llanuras.

Toda esta suma de alicientes hacen de “El hombre de Laramie” una de las películas más completas y maduras de Mann, culminación de su colaboración con un James Stewart en plenitud.

Muy recomendable.
Archilupo
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20 de julio de 2008
28 de 33 usuarios han encontrado esta crítica útil
Gran western de Anthony Mann. Escrito por Philip Yordan ("Johnny Guitar") y Frank Burt, adapta la novela homónima (1954) de Thomas T. Flynn. Se rueda en 28 días laborables (de 29/IX a 16/XI de 1954), en 18 localizaciones de Nuevo México, en los decorados del rancho Big Barb construidos cerca de Santa Fe y en Columbia Studios (Hollywood). Producido por William Goetz, se estrena el 31-VIII-1955 (EEUU).

La acción tiene lugar en la pequeña localidad de Coronado (Nuevo México), en los ranchos Big Barb y Half Moon y alrededores, a lo largo de un año de la década de 1870/79. Will Lockhart (Stewart) es un aventurero misterioso, tenaz, amargado y soliatrio, antiguo capitán de caballería, movido por ansias obsesivas de vengar la muerte de su hermano menor. En Coronado se relaciona con el latifundista Alec Waggoman (Crisp), su hijo psicótico Dave (Nicol) y el capataz Vic Hansbro (Kennedy).

El film suma al género del western elementos de intriga y misterio. Es uno de los 11 westerns de Mann y el quinto y último del tándem Mann/Stewart. Adopta la forma de western itinerante de la mano de un protagonista que no deja de moverse y cabalgar. Es, además, un western fronterizo: la acción tiene lugar en un territorio tomado recientemente y de modo precario a los apaches, en el que no está garantizado el imperio de la Ley. Desarrolla dos líneas de acción: la investigación de Lockhart y la guerra familiar de los Waggoman. Ésta evoca el drama shakesperiano de "El rey Lear" y aporta los trazos trágicos gratos a Mann.

El relato sustituye la figura del héroe convencional por personajes humanos, de carne y hueso, dominados por la angustia y la desesperación, impulsados por querencias y obsesiones y de perfiles psicológicos justicieros y vengativos. Se hace presente la violencia seca, áspera y escueta, propia de los westerns del realizador. Sobresalen varias escenas: la pelea de Will y Dave a los pies del ganado, la galopada de Alec contra quien cree que mató a su hijo, el disparo en la mano, la caída provocada de Alec, etc. Es notable el prolongado e intenso clima de intriga y misterio que rodea la acción.

La música, de George Dunning ("De aquí a la eternidad"), aporta composiciones recias y solemnes de viento y metal. Añade la bonita canción "The Man From Laramie", de Lester Leed y Ned Washington, que se oye al final. La fotografía, de Charles Lang Jr, en color y scope, ofrece una magnífica narración visual, imponente y suntuosa, que engrandece el relato. Integra el paisaje en la historia y del mismo extrae acentos de rudeza, peligrosidad, grandeza. Combina planos generales y primeros planos enmarcados en celajes admirables y en fondos lejanos de brillante composición. Mueve la cámara con precisión y suavidad. La mantiene a la altura de la mirada de un observador sentado (el espectador). Es sobresaliente la interpretación de Stewart y son notables las de Kennedy y Crisp.
Miquel
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12 de enero de 2009
27 de 32 usuarios han encontrado esta crítica útil
No quisiera iniciar esta crítica sin dejar bien claro que “El hombre de Laramie” es un excelente western. Un magnífico paradigma para todos aquellos que quieran conocer bien y de cerca el clásico western de los años cincuenta. Un género que Anthony Mann esculpió con mimo, tesón y estilo propio. Compartiendo, con Ford, el compromiso de dar nobleza y esplendor a ese prolífico repertorio de tópicos eternamente asociados a las viejas pelis del oeste de toda la vida.

De ritmo pausado y modélica puesta en escena, “El hombre de Laramie” es una de esas pelis que se paladean con deleite, con esa placentera sensación de estar disfrutando de un espectáculo visual armónico, equilibrado, plenario. Mann maneja la cámara con suavidad, con coherencia; alternando los planos generales, medios y primeros de forma sabia y natural. Las secuencias de acción o de violencia (la pelea a puñetazos entre el ganado, el balazo en la mano,...) se entrelazan airosamente con otras secuencias de carácter más discursivo, mientras que el propio devenir de los acontecimientos nos va desgranando, poco a poco, ese enfoque espiritual y/o humanístico concebido por Mann. El de unos personajes corrientes, creíbles, de carne y hueso. Con sus virtudes y sus defectos. Con sus aciertos y sus torpezas.

Pues bien, precisamente en este punto es cuando mis expectativas sufren un ligero traspiés y una de mis nueve anheladas estrellitas se queda en el camino. Los motivos son muy simples. Admito que Mann desmitifique la figura del pistolero, pero hacerlo de forma tan severa resulta, a mi entender, contraproducente. Ya sé que el propio talante de Stewart nada tiene que ver con el de Wayne, Douglas o Cooper pero me fastidia corroborar como esa falta de aliento épico y esa inconfundible impronta trágica con la que Mann suele revestir todos sus western se traduce en unos personajes algo descafeinados para mi gusto. Lockhart, por ejemplo, es un tipo cabezón, pero en ciertas situaciones su apatía es exasperante. Y no hablemos de Vic o de Dave, los ‘malos’ de la peli. El primero –pobrecico- tiene tanto de ruín como de gafe, y el segundo no deja de ser un malandrín de pacotilla pidiendo a gritos una ‘master class’ para malvados impartida por Jack Palance o Lee Van Cleef. Fuera coñas, algo más de mala leche, de inmoralidad, no le hubiera ido mal a Lockhart y a los otros miembros de la familia Waggoman para pregonar con mayor resolución y pundonor el advenimiento de ese western crepuscular y nihilista que tan espléndidamente dibujaría Peckinpah años más tarde.

Y es que si me obligáis a escoger entre Mann y Peckinpah, me quedo con el viejo Sam. Tal vez porque siempre preferí Miguel Angel a Leonardo.
Taylor
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