Recuerdos de guerra

Recuerdos de guerra fue una de las primeras películas de Bruce Willis después de Luz de Luna en la que el hombre estaba empeñado en demostrar que era actor (ni siquiera un buen actor). La verdad es que la película es un poco pastelón por la chica, Emily Lloyd, que no es demasiado buena actriz, aunque se esfuerza lo que puede. Hay alguna escena que se salva cuando Joan Allen (la madre de la chica) hace su aparición en la trama. Pero, en general, es un poco sosa. Lo que ocurre es que hacia el final del metraje, el hecho de que esos recuerdos de guerra se transformen en una rememoración mucho más directa hace que la película gane algunos enteros.
Así, la película merece la pena si estáis haciendo un estudio sobre la guerra de Vietnam en el cine, por ejemplo, o sobre la trayectoria de Bruce Willis.

Dos comodines del drama: el choque generacional y los traumas postbélicos. Puertas que quieren abrirse -las de una joven que intenta descubrir qué clase de persona era su padre- frente a las que permanecen cerradas a cal y canto -las del hermano, tío y veterano de Vietnam, al igual que el héroe de guerra fallecido-. Detrás de la cámara otro veterano, de guerra y del cine (y leyenda todavía viva, dicho sea de paso), Norman Jewison, orquestando un toma y daca, un cruce de sentimientos entre Bruce Willis y la británica Emily Lloyd movidos en intermitentes muestras de alejamiento y cercanía a medida que van pugnando entre sí la zozobra causada, respectivamente, por el miedo de ella a no saber nunca la verdad, y el miedo de él a no poder olvidar. Pero tras esa misma corteza que levanta el tapón de traumas personales, late, principalmente, un relato sobre la importancia de la familia, heridas abiertas y la (in)capacidad de volver a levantarse.
El director de 'Jesucristo Superstar' o 'El violinista en el tejado' no intenta en modo alguno sacar tajada del belicismo crudo y escabroso de recientes trabajos de Brian De Palma, Oliver Stone o Stanley Kubrick (al menos no en los flashbacks propiamente bélicos) tanto como trazar una amalgama agridulce de desencantado patriotismo, algo de camaradería y la reconciliación con uno mismo. Lo cierto es que de haberla dirigido Rob Reiner o Howard Zieff (en los tiempos de 'Mi Chica' y su secuela) el resultado habría sido más o menos el mismo.
¿Una pega? A Emily Lloyd a veces se le va un poco la mano, literalmente, imitando las muecas que supuestamente ha de hacer una adolescente estadounidense (tanto como para recordar vagamente a la paŕodia de William Shatner en 'Family Guy' o de Eva Santolaria en 'Homo Zapping'). Joan Allen compensa sus excesos cada vez que comparten planos aportando un valioso grano de cinismo y contención.
¿A favor? He llorado como un cretino en la escena que (con James Horner sonando a continuación) adorna el mejor de los posters.
Injustamente olvidada y relegada por culpa de una competencia del género en los 80 que no era precisamente meliflua pero, sobre todo, a pesar de estar ambientadas un poco antes, porque más tarde se estrenaría el díptico de Zieff que he mencionado.
Un clásico de Warner Bros -cuando eso implicaba algo más que estúpidas competencias contra Marvel y sus superhéroes- que vale la pena recuperar.