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El último traje

Drama Narra el viaje de Abraham (Miguel Ángel Solá), un sastre judío de 88 años que decide embarcarse en la aventura de encontrar a un viejo amigo que le salvó hace más de siete décadas de una muerte segura durante el holocausto, hacia el final de la ocupación Nazi. (FILMAFFINITY)
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Críticas 17
Críticas ordenadas por utilidad
19 de octubre de 2017
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Abraham Bursztein (Miguel Ángel Solá) es un anciano sastre judío que huye de su casa en Buenos Aires, donde su familia lo quiere encerrar en un geriátrico, hacia Polonia, para reencontrarse con un amigo que lo salvó de la muerte al final de la Segunda Guerra Mundial. Con todo en contra, Abraham intenta llegar hasta Polonia y cumplir al promesa que le hizo a su amigo hace setenta años.

El reconocido guionista e incipiente director argentino Pablo Solarz se atreve con una nueva película relacionada con la Segunda Guerra Mundial. En este caso la historia se desarrolla muy lejos del conflicto bélico pero su presencia es evidente ya que los terribles recuerdos de aquellos años son el motor que lleva a Abraham a regresar y cumplir la promesa que le hizo a su amigo polaco.

Tras una especie de prólogo en el que se pone de manifiesto lo terrible que es la vejez, cuando te das cuenta de que eres un lastre del que tu familia, por quienes lo diste todo, se quiere deshacer, la película se convierte en una especie de road movie bastante pintoresca, con un relleno absolutamente dramático cubierto de una capa de comedia ligera que hace el producto más digerible.

La película es amable y al espectador no le cuesta nada empatizar con el protagonista. La fuerza emocional de un reencuentro siempre funciona, y más cuando tiene el añadido del sufrimiento del holocausto. Si a eso le añadimos el componente de la vejez y el casi desprecio familiar que padece el protagonista de la película, es obvio que los espectadores se meten en la historia y desean casi tanto como Abraham que el viejo y terco judío argentino logre llegar donde quiere y encontrar a su amigo.

Ante la enorme dificultad de lograr el objetivo del anciano, Solarz le brinda tres apoyos en forma de mujer. Tres mujeres que le ayudarán a llevar a cabo su empresa. Tres mujeres que representan tres lugares distintos: España, a donde llega Abraham para hacer escala desde Buenos Aires (Ángela Molina); Alemania, donde debe parar para cambiar de tren y cuya tierra no quiere pisar (Julia Beerhold) y Polonia, donde nació y donde quiere volver para quedarse (Olga Boladz).

Estas tres mujeres cumplen una labor que no se termina de entender. Es algo que queda colgando en la trama, el papel que juegan las tres y la manera en que apoyan a Abraham sin motivo aparente. Aún el personaje de Ángela Molina queda levemente esbozado, pero en los otros dos casos el desarrollo es nulo. Y hay una cuarta mujer importante en la película, se trata de Claudia, la hija de Abraham, interpretado por Natalia Verbeke, que tiene una única escena que debería haber dado mucho más juego del que da.

En cualquier caso, las actrices (y el otro actor importante del film, el argentino Martín Piroyanski) lo tenían muy complicado. Y es que Miguel Ángel Solá se como la película él solito. Su destacadísima interpretación eclipsa por completo al resto del reparto, que podrían haber sido sustituído por simples figurantes y nadie habría notado la diferencia. Todo el peso interpretativo de la película recae sobre él, y lo solventa con eficacia y brillantez, a pesar del, a mi juicio, exceso de maquillaje que era un lastre con el que tenía que cargar.

La película es interesante, el tema atractivo y la actuación de Miguel Ángel Solá ya vale por sí misma el precio de la entrada, pero en mi opinión no está muy bien narrada. Los personajes son importantísimos en cualquier historia, y en este caso no están trabajados. No sabemos nada de Leo, el chico aficionado a la música al que conoce en el avión y con quien luego sigue en contacto en Madrid, no entendemos la frialdad con que la hija recibe a su padre tantos años después por una simple discusión, no entendemos el afán de las tres mujeres desconocidas por ayudar a Abraham, no entedemos… o mejor dicho, yo no lo entendí, igual es cosa mía.

Pero ver “El último traje” no es tiempo perdido. Es una película sencilla que, a pesar de los defectos, logra conmover. El personaje de Abraham está lejos de ser un venerable anciano, es más bien un viejo resentido lleno de defectos, pero por eso se hace más humano y entrañable. Y es de agradecer eso de tocar por enésima vez el tema del holocausto desde un punto de vista diferente del habitual.
keizz
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10 de diciembre de 2017
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una coproducción entre España y Argentina con guión y dirección de Pablo Solarz, quien realizó un trabajo de investigación visitando la ciudad Polaca desde donde su abuelo judío tuvo de huir de la alemania nazi . Recopilando cientos de relatos para escribir seis o siete versiones de la historia y decidiendose al final por la plasmada en la película.

El protagonista absoluto de esta road movie es Miguel Ángel Solá que interpreta a Abraham Bursztein, el cual viajará a Madrid desde Argentina para cruzar toda Europa en tren con la ayuda de varias personas y llegar a Lodz (Polonia) para devolver un traje que le dejó la persona que le ayudó a escapar durante la segunda guerra mundial.

Natalia Verbeke interpreta a su hija que vive en Madrid y que no se habla con el desde hace 10 años ya que considera a su padre un hombre bastante terco y testarudo. Angela Molina hace un papel simpático regentando un pequeño hotel en Madrid. Olga Boladz y Julia Beerhold le ayudarán en cierta manera a llegar a su destino.

Un viaje dramático con toques originales de comedia un poco negra con reflexiones a la vejez y a la supervivencia que tiene buenos momentos, aunque le falte algo de ternura al viejo cascarrabias. Un papel similar interpretó Jack Nicholson en “A propósito de Smitch”.
Destino Arrakis.com
videorecord
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13 de diciembre de 2017
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si de las grandes barbaries y tragedias en las que nos hemos visto inmersos como raza humana les preguntamos cuál ha sido la más visitada en la historia del séptimo arte, probablemente “el Holocausto” sería la respuesta más repetida. El último traje es una película sobre la shoá, sí, pero es muchas cosas más. Casi todas buenas. Pablo Solarz (Sin hijos) se las arregla para dirigir esta película de carretera sin carreteras, que, como todas, trata más sobre el viaje que sobre el destino.

En unos excelsos (y muy cómodos para el espectador) 90 minutos de metraje, seguimos la historia de Abraham Bursztein, un judío polaco que se refugió en Argentina, como otros muchos, huyendo del horror nazi. A medio camino entre flashbacks de la Polonia libre y el desarrollo argumental actual, vemos como este anciano sastre intenta entregar su último trabajo a su salvador, allá por 1945.
Pese a tratar una temática extremadamente grave, el tono de la película casi siempre es el adecuado, incluso cuando se tocan temas tan delicados como el de la memoria histórica. Todo el paso de Burzstein por Alemania podría ser un cortometraje de factura incalculable. Redención y aprendizaje. El último traje es una gran película, pero falla a la hora de las transiciones. Los cortes entre los tramos dramáticos y los cómicos no existen, y eso descoloca. Quizás la culpa de ello sea de la falta de química entre el protagonista y las distintas mujeres que le van ayudando en su pequeña odisea. El querer asociar cada localización a un rostro de mujer distinto hace que al final no podamos comprender los deseos y motivaciones de ninguna. Solo podríamos rescatar a la gran Ángela Molina, que encarna al único personaje femenino que se desarrolla por completo.

Más allá del bendito pecado de querer abarcarlo todo, una de las mayores virtudes de la película es la actuación de Miguel Angel Solá, un auténtico regalo. El argentino es capaz de transformarse en un nonagenario poliédrico. A veces es un galán, a veces un terco, un sabio o un resentido. Mil y un matices para un personaje que no hacen más que dotar de profundidad y presencia artística a la película de Pablo Solarz. El trabajo actoral de Solá queda perfectamente retratado en los últimos segundos de la película, en los que tan solo con una mirada podemos entender años de sufrimiento, años de duda, vergüenza y sentimientos encontrados. Un fotograma y unos ojos vidriosos que bien valen por una vida entera.
La absorción dramática de Solá en El último traje es tan grande que hace que el resto de los personajes se desvanezcan. Y ahí es donde el director aprovecha para usar ciertos convencionalismos que no acaban de concretarse. Natalia Verbeke nos regala unos minutos en pantalla, compartiendo carga argumental con el protagonista, que bien podrían haberse alargado o haber ahondado en ellos. Tampoco nos queda muy clara la aparición de la enfermera del final o por qué está ahí. Quizás esto es intencionado, como si fuéramos testigos de una verdadera epopeya homérica, en la que el héroe se encuentra con ayudas y males que no parecen responder a ninguna lógica, solo son desafíos que enriquecen o hacen más complicado su viaje.

Siempre se les atribuye a los hermanos Cohen aquella frase: “Hay tres tipos de película: chico conoce chica, Odisea y… de la otra no me acuerdo”. El último traje es una odisea, con un héroe tan entrañable como resentido y un camino tan espectacular como doloroso de recordar. No esperen vanguardia, pero regocíjense en uno de los mejores y más recientes ejercicios de costumbrismo de esta disciplina. Pocos se acuerdan de si Homero llegó a Ítaca, pero todos se acuerdan de las sirenas.
MatiasGRebolledo
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23 de mayo de 2018
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una conversación escuchada en un bar y la referencia de su abuelo polaco emigrado a Buenos Aires conjugaron esta historia del argentino Pablo Solarz en este su segundo trabajo. Un relato emotivo sobre el fin de una vida que no quiere dejar cuentas pendientes. La tragedia del holocausto es el telón de fondo sobre el que el protagonista con una notable composición de Miguel Angel Solá, intenta en un viaje imposible encontrar al amigo que le salvo la vida y redimirse a si mismo de sus demonios interiores ante una experiencia que ni su abultada familia ha conseguido borrar.
Dirige Solarz con corrección formal al servicio de la historia consiguiendo equilibrar el trasfondo trágico con gotas de humor bien dosificadas y una galería de personajes secundarios donde Angela Molina deja su impronta y Natalia Verbeke exprime sus escasos minutos al igual que el resto del acertado elenco. Lo forzado de las situaciones es el peaje a pagar de este viaje hacia el pasado, aunque como suele conocer quien ha viajado mucho, personajes altruistas como los que se encuentra Abraham, haberlos ahylos. Digamos por otro lado que las secciones de vestuario y maquillaje seguro que han conocido mejores momentos que el trabajo realizado sobre todo con un Sola al que había que envejecer y cuya elección vino condicionada por, en palabras del director, la variedad de países y lugares donde se rodó que podían complicar la contratación de una actor de más edad. A la postre la elección fue un acierto y este gruñón pícaro y divertido hace que le acompañemos con gusto. Más si el metraje también acierta con su contención.

cineziete.wordpress.com
ELZIETE
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4 de julio de 2018
4 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
El último traje (El último traje). Argentina / España 2017. Dir. y guión: Pablo Stolarz. Con: Miguel Angel Solá, Angela Molina, Martin Piroyanski, Natalia Verbeke, Julia Beerhold.

“Todo el cine es político”. La frase la han pronunciado cineistas y diversos cientistas sociales. Ello no significa que todo film contenga un mensaje político. Significa que todo film, en tanto producto artístico y/o industrial, responde a la realidad política del medio que lo produce. Lo político no es cuanto aborde o deje de abordar su tema –incluso su formulación visual- sino cuanto, de un modo u otro, refleja la estructura socio-politica de la que proviene.
De los muchos genocidios que conociera la humanidad, quizás ninguno alcanzó la saña, perversidad y descomunales monstruosidades que las perpetradas por el nazismo germano. Si dolorosa y terrible fue la muerte de los perseguidos a causa su raza (concepto inexistente en la especie humana), el color de su piel (que la naturaleza adaptó de acuerdo a su hábitat), creencias religiosas u ideología, no menos terrible fue el drama de los sobrevivientes de “ghettos” y campos de concentración pergeñados por los eficientes ciudadanos del Tercer Reich.
Lo concreto es que se creó un cine de “judíos perseguidos”. Algo explicable, en primer lugar, por la legítima necesidad de perpetuar la memoria de la masacre; en segundo lugar, porque de todos los conglomerados humanos perseguidos por el Moloch hitleriano, los judíos fueron los más numerosos; y tercero, los judíos han ocupado y ocupan lugares clave en la industria cinematográfica mundial. En consecuencia, se impuso al cinéfilo la necesidad de una objetividad que permitiera separar el film creativo, inteligente, de una producción estereotipada, a la cual era “políticamente incorrecto” rechazar.
La búsqueda de lo diferente está en el inicio de “El último traje”. Historia de un judío afincado en la Argentina, nacido en Polonia, sobreviviente de un campo de exterminio. Hombre casi nonagenario, quien se ve arrojado de su propia casa vendida por sus hijas, las que desean internarlo en un geriátríco. Un tenue halo humorístico recorre este (¿auto?)retrato de una familia judía argentina. Incluso dejando entrever sombras en lo familiar y comercial del pasado porteño del anciano, acaso extensible a una modalidad en los negocios. Los judíos rioplatenses han sido ácidos caricaturistas de sí mismos en el cine de la vecina orilla; los personajes del uruguayo Daniel Hendler lo confirman.
Esa dislocación familiar y la desesperación del anciano, se volatilizan en cuanto el drama que encierran es desplazado por el ágil, divertido y escasamente creíble periplo iniciado por ese anciano cuya meta es entregar, en Varsovia, un traje a un amigo polaco, del que nada sabe desde que finalizara la guerra, hace más de setenta años. La composición que hace Solá del viejo judío es sobria, conmovedora, extrayendo con gestos y miradas sus esperanzas y la ausencia de estas. Es ese trabajo actoral el que logra hacer creíble, momentáneamente, su entorno repleto de seres bondadosos, dispuestos a ayudar a grados impensables al físicamente desagradable y desagradecido anciano que se atraviesa en su camino. El realizador guionista Stolarz –que sobria y patéticamente, con pocas escenas (precisos y bien ubicados “flashbacks”), recrea el demencial “ghetto” de Varsovia- parece querer decir que si hubo tanta gente mala hoy tenemos tanta gente buena. Una especie de péndulo compensatorio de las opciones humanas.
El film sabe acompasarse al pragmatismo imperante. Esa multitud de seres prestos a compadecerse y auxiliar al anciano, incluye bella y joven alemana (no judía pero estudiosa del tema), verdadero angel -Angela, mas bien-, quien será la encargada de asegurar al anciano que en la Alemania actual no hay nazis, y que su generación se avergüenza de lo ocurrido en la guerra (responsabilidad quizás de sus abuelos). Habilitándose un fraternal abrazo: símbolo de reconciliación entre las víctimas de ayer con los nietos de sus verdugos. Ese abrazo, hilando fino, refleja una realidad concretada en el mundo real. Hasta mediados de 2017 –y quizás después en forma secreta- el consorcio alemán Thyssen Krupp proveyó de submarinos atómicos al gobierno de Israel. Las familias Thyssen y Krupp apoyaron y financiaron al nazismo y continuaron próximas a los círculos del poder. Del mismo modo que el consorcio IG Farben, proveedor del Gas Zyklon, logró la continuidad de sus industrias independizándolas, funcionando hasta el día de hoy, con sus reconocidas marcas de fábrica.
El desbarranque del film es progresivo e irreversible desde varias perspectivas, arribando –dentro de lo posible para la temática- a un “happy end” digno del Hollywood más convencional.
Ocurre que “El último traje” es cine convencional. Una coproducción hispano argentina cuyo guión y reparto parecen haberse confeccionado a la medida para cumplir cuanto requieren los programas de apoyo económico al cine por parte de instituciones de ambos lados del Atlántico. También es, justo es decirlo, un film profesionalmente impecable, atrapante, con un guión cuyos brillos superficiales encandilan lo suficiente para no ver, en primera instancia, el dominio de lo epidérmico, que ha destrozado una temática que irrumpe al inicio y luego es banalizada.
El film se permite también un chiste de orden interno. En determinado momento, alguien alude a un personaje apellidado Besuievsky. De inmediato le responden que es bastante insoportable o cosa por el estilo. La uruguaya Mariela Besuievsky, hace largos años afincada en Madrid, es la productora de “El último traje”.
“Paren el mundo, que me quiero bajar”. (Mafalda)
Alvaro Sanjurjo Toucon
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