La gran familia

Maravillosa película sobre una época ya pasada en la que la familia y los hijos era el centro de la existencia de un matrimonio. Sus apuros, sus sustos, sus alegrias.....todo cosas cotidianas y tan tontas y manidas que todavía no me explico como al ponersela a mis hijos se quedaron pegados a la pantalla ¡y además en blanco y negro!, pero el caso es que la vieron hasta el final y lloraron cuando Chencho se pierde, y rieron con el tio pastelero y hasta les gustó eso de tender la ropa en la cocina y el turno del cuarto de baño. Les pareció que aquella vida junto a un montón de hermanos era notablemente más divertida que la que ahora les acompaña......¡ y además no necesitaban ni la Play ni el Nintendo!.

Una maravillosa y entrañable película familiar.
Después de verla te deja muy buen sabor de boca, cine español de los años sesenta donde nos demuestra que no es necesario llegar al morbo para hablar del realismo de la España franquista.
Sin duda es otro tipo de cine, otro tipo de actuación, ni mejor ni peor de lo de ahora, simplemente diferente.
Es necesario ver este tipo de películas tan positivas y sobre todo llena de valores familiares, algo de lo que se escasea ahora, en unos momentos donde la familia está como está hay que ver algo con tantos valores humanos.
Película maravillosa para disfrutar en el más cálido ambiente familiar.

"Esta película ha sido declarada de interés nacional". Así se nos presenta 'La gran familia', una película con clarísimas intenciones propagandísticas en tiempos dictatoriales, pero que sin embargo, es de las pocas a las que no se la puede negar una muestra de afecto en cada una de sus escenas.

Todo transcurre dentro de lo políticamente correcto dentro de esta gran familia. Sin embargo ésta no es como todas las demás, ya que son nada más y nada menos que 18 las bocas a alimentar. Dos de ellas son las del matrimonio feliz: ella, (Amparo Soler Leal) ama de casa hasta el fin de los días y él, (Alberto Closas) un pluriempleado a destajo que llega a fin de mes con algún que otro apuro. Después nos queda el buenazo del abuelo, interpretado por José Isbert y como no, los 15 retoños (era un poco "coneja" la madre). Que dios me perdone si me olvido del gran José Luis López Vázquez, padrino de los vástagos, y culpable de buena parte del humor que emana la cinta.

'La gran familia', "blanca" como ella sola, tira de buenas maneras y se apoya en una sanísima simpatía para contarnos la odisea de convivir 18 personas en un mismo piso en la capital española. No importa si estamos en la escuela con el maestro, de vacaciones en el chiringuito o mismamente en el salón de nuestra casa escuchando la radio, ya que jamás se abandona ese sentimiento tan familiar que enternece a todos.

Una vez que tenemos el control de la familia y que están agotados todos los tópicos que cabrían sobre familia numerosa, toca el momento de encoger el corazón del espectador. El drama cae a todos como un chorro de agua fría. Un punto de inflexión que obviamente me reservo de detallar, que hace elevar el conjunto al notable alto a base de congoja, angustia y muchísima maldad escondida. El último tramo del filme es de sobresaliente, un conglomerado de emociones envueltas en una dirección sublime, que dispensa a la cinta de un doble género que nadie se esperaba.

Un clásico con todas las de la ley que ha sabido envejecer muy bien a pesar de su -repito- intención propagandística. Una película que hay que tener en cuenta al igual que 'Qué bello es vivir' cuando se nos formulen las palabras "cine familiar" y "Navidad".

¡NO, NO, NO! ¿Qué significa ese 6,4 de nota media? "La gran familia" es una película extraordinaria. El zaragozano Fernando Palacios da toda una lección cinematográfica: perfecto manejo de la cámara (siempre en el lugar adecuado e impartiendo una soberana clase de planos grupales), magnífica puesta en escena y magistral dirección de actores. Se apoya, además, en un excelso guión lleno de diálogos memorables (casi todos en los que participan Alberto Closas, José Luis López Vázquez y el entrañable Erasmo Pascual haciendo de portero). Mención aparte para el prodigioso diálogo entre el taquillero del cine y "el abuelo", con intervenciones esporádicas de los nietos. La lección de Fernando Palacios no termina ahí. Encaja los distintos episodios admirablemente dotándolos del ritmo adecuado; sabe llenar nuestros ojos de alegría, de optimismo, de valor y de rectitud; introduce momentos amargos con dulzura inusitada (anticipo de lo que puede deparar el futuro) y, por encima de todo, ha logrado lo que el maestro Frank Capra consiguió con "¡Qué bello es vivir!": una película para la historia. Para la Navidad, para cada día. Para hacernos reír y para hacernos llorar.
Volviendo al 6 y pico de nota media, lo que resulta indecente y doloroso es que, quien se supone que sabe algo de cine, otorgue a esta enorme película tan paupérrima puntuación. Flaco favor a quien no la haya visto y al aficionado que la vio tiempo atrás y que le gustó. Por mucho que el resentimiento e incluso el odio más voraz te invada, uno no debería engañarse a sí mismo y masacrar una obra de arte ante los ojos del espectador puro e ingenuo. Y menos en estos tiempos en los que el pobre (si bien ha dejado de ser ingenuo) no tiene ninguna película de enjundia que llevarse a los ojos y a la mente y, no digamos ya, una que sea amable, limpia y llena de alegría, rectitud moral y buenos sentimientos.
No, deja de engañarte y deja de engañar. "La gran familia" es una película maravillosa, de las cinco mejores películas españolas de la historia, le da sopas con honda a las más reputadas del cine europeo (y a las más reputadas españolas) y... está dirigida por el zaragozano Fernando Palacios. SÓLO POR ÉL.

Si existe una peli que, desde mi más íntima y recóndita memoria cinéfila, huele a nochevieja por los cuatro costados, ésa es -indudablemente- “La gran familia”. Y no sólo por la célebre secuencia en la que un grandioso Isbert busca desesperadamente a su nieto (¡¡¡Chenchooooooooooo!!!) entre el gentío y las luces navideñas, no. “La gran familia” es mi peli de nochevieja por antonomasia porque si una peli recuerdo haber visto con total y absoluta nitidez una entrañable noche de fin de año mediados los años setenta, ésa es -repito- “La gran familia”. Concretamente, en casa de mis abuelos maternos. Arrebujadito en el enorme butacón de mi abuelo con una manta por encima y la estufa de butano funcionando a pleno rendimiento.

No recuerdo haberla visto ninguna otra vez. Al menos, entera. Pero qué más da. “La gran familia” pertenece de pleno a esas pelis de la infancia que nunca se olvidan. Y aunque hoy por hoy apenas recuerdo las peripecias por las que pasaba esa familia supernumerosa en aquellos años de férrea y despiadada dictadura franquista, me quedo -incuestionablemente- con el espíritu risueño y optimista de un generoso núcleo familiar unido ante las adversidades.

Hoy, sin embargo, no sólo me apetece hablar de la peli de Palacios. Me apetece también hacerlo de esa gran familia denominada FA. Una gran familia en la que, como en las mejores, hay de todo. La ventaja de la familia filmafinitera respecto a la familia real, sin embargo, es que no viene impuesta. Y eso supone, obviamente, que uno no tiene por qué soportar suegras viperinas, cuñados plastas o sobrinos repelentes. Permitidme, pues, que -en lugar de lanzar un genérico e impersonal “Feliz Año Nuevo” a todo bicho viviente- destine un simbólico brindis y mis mejores deseos a los usuarios (zona spoiler) con los que he mantenido, en mayor o menor medida, un trato agradable y cordial durante este 2010 que hoy finaliza. Como decimos en català: “Salut i força al canut, companys!”.