Vamos a ver, señores: todos sabemos que a Fernando León no le invitarían para amenizar una fiesta. Y lo cierto es que sospecho de quien, buceando en exceso en el compromiso social, busca, más bien, la benevolencia fácil de la crítica.
La premisa inicial nos devuelve a ese pobrecito ser humano de clase baja y culo pelao que tiene que luchar en esta perra vida para salir adelante, entendiéndose "adelante" por, simplemente, seguir caminando. Hasta aquí nada que no hubiésemos visto ya en "Barrio", o en "Los Lunes al Sol".

En esta fábula se abandona la recientemente nutrida clase baja nacional, y decide adoptar una protagonista emigrante, como nuevo Lazarillo de Tormes. Un Lazarillo, eso sí, de pies cansados y vitalidad dormida, sino muerta, invisible a nuestros ojitos pátrios europeizados.
Sin milagros en el argumento ni en el guión, es en su pulso, goteando fotograma a fotograma, donde encontramos el valor de esta película. Absolutamente en desacuerdo con aquellos que acusan al laaaargometraje de extenderse innecesariamente en una historia que cabría en un mediometraje, cada minuto de silencio, de miradas lánguidas, de respuestas contenidas, nos acercan a una mentalidad, a una flexibilidad en la forma de medir la vida a la que el españolito urbanita de hoy no alcanza a entender en sus nuevos vecinos, en este caso, Peruanos.
Esa capacidad de abrir el tiempo y sumergirnos en la mirada de Marcela, (la protagonista, y un mundo en sí misma), de hacernos entender un personaje, una historia, una cultura, y formar durante un rato parte de ella, me parece por sí sola razón más que suficiente para calentar la butaca los 112 minutos que dura esta fábula de final con sonrisa ni dulce ni salada.

El director opta, al final, por no por pulverizar con excesivos artificios una flor, para que huela a flor, a riesgo de que no huela prácticamente a nada. Así consigue la coherencia de una película que se define en planos estáticos, en secuencias silenciosas o en la misma carátula que la presenta.
Aderezan esta historia un anciano dibujado con líneas difusas pero demasiado vistas, y una prostituta tan postiza en la película (absolutamente metida con calzador) como necesaria para esa ténue sonrisa que tendrán cuando se enciendan las luces (sonrían hacia dentro, por Dios, que hablamos de Fernando León).

Señores: "Pedrooooo" "saca peli", y los críticos de medio mundo hacen crujir sus nudillos con hambre voraz ante una hoja en blanco cual buitre que sobrevuela una vaca (¿sagrada?) con la pata rota. Un servidor no va a ser menos, eso sí: desde el cariño que se le procesa a ese joven desvergonzado que supo hacerle "un calvo" con arte y desparpajo a partes iguales, a una masa nacional que no quería reconocerse ante una gran pantalla, y menos, en colores vivos. La frescura de un buen alimento es efímera; en conserva permanece en un estado aceptable. Pero a un precio: el aislamiento, y con él, pérdida progresiva del olor y el sabor.El problema del joven talento es que no es siempre joven.. La edad de Pedro no acusa tantas arrugas por años como por premios, relevancia mediática y expectativas generadas.
Así, los proyectos de Pedro se ven en la justa obligación de tener peso: un peso reconocible. Con "Los Abrazos Rotos", fuimos testigos de cómo ese peso no daba volumen al largometraje, sino que lo desequilibraba, y lo hacía caer.
Afortunadamente "La piel que habito", si bien es a la vez pretenciosa y minimalista en su puesta en escena, da un paso de reencuentro hacia el estilo narrativo de su cine, en ocasiones, cometiendo excesos. Pero ¿qué sería del cine de Almodóvar sin excesos?
Nos encontramos con algunas escenas casi ya vividas en Kika, o en Átame, esta vez, despojadas de ese particular barroquismo. Algo quizás ideado para centrarse en la historia, y que en mi opinión, no le hace un gran favor a un guión encorsetado e insuficiente.
Distrae un Antonio Banderas monótono, en una piel en la que no se se siente cómodo en ningún momento de la película. Distrae una Marisa Paredes desacertada, inconexa. Distraen unos personajes secundarios que siendo pocos, son prescindibles. A cambio, se agradece la osadía de la iniciativa, de la historia. Se agradecen algunos momentos de intensidad; la escena final, teniendo en cuenta, eso sí, que toda la película vive y respira para esa última secuencia. Se agradece la intervención de Blanca Suárez, que, aun con algún pequeño resbalón, sale muy airosa de un papel difícil, al igual que Jan Cornet. Y principalmente, se agradece la oportunidad dramática brindada a Elena Anaya, que ha sabido "dejarse la piel" y acercarse por méritos propios a tocar el cielo almodovariano de actrices como Victoria Abril. En definitiva, "La piel que habito" es un experimento, en el que paradójicamente no encaja la piel que recubre: muy personal en su contenido y poco personal en la forma, valiente, pero no del todo, y fallido, pero no del todo, de un genial director, que, no encontrando su sitio, parece seguir debatiéndose entre quién es y quién cree que debería ser. Tal vez todo habría sido más acertado si Almodóvar se pone en su propia piel.. con, o sin arrugas.

Es casi irresistible querer hacer una crítica de esta película. Eso, en mi opinión, ya es un gran logro.
Ver una película de James Cameron, es hacerle un hueco en nuestra vida y dejar que entre en nuestra mente toda la maquinaria pesada de Hollywood entendida como industria de entretenimiento. Lo sé, no estoy descubriendo nada nuevo. Esta obviedad, lo es porque James es el absoluto e indiscutible representante del "Gran" cine americano. Creo que en sí, se trate de "gran" comedia, "gran" aventura, o "gran" romance, debería ocupar un género en sí mismo. Debería porque obedece a sus propias reglas. Una buena película "Gran" (digamos "Big"), debe cumplir con tres requisitos, dirigidos a un único fin. Los requisitos son gestionar unos grandes recursos, que esos grandes recursos sean evidentes, y que se convierta durante su consumo en una gran montaña rusa del entretenimiento. El fin, claro está, es que se retroalmente: que haga taquilla.
Los cinéfilos más pequeños y artesanales estaremos siempre tentados a criticarle al "Big Mac" su falta de calidad. Pero no olvidemos que puede conquistar por su sabor. Y un sabor fácil puede ser también un buen sabor.

Curiosamente, esta mezcla entre el "Pocahontas de Disney" y "Bailando con Lobos", tiene pocos tramos de "gran" montaña rusa. Hay minutos y minutos de recorrido sobre líneas planas. No creo que merezca mucho la pena detenerse en el núcleo del argumento, que se puede resumir como la ceguera del hombre por alimentar mecánicamente su civilización para servirse sin ningún pudor de otras civilizaciones a su antojo, únicamente porque puede. Algo que no nos recuerda en absoluto la invasión norteamericana en suelo iraquí (otro de los efectos del cine "Big" es criticar cosas tales como la guerra subidos sobre su bomba de neutrones..con una frivolidad tan pasmosa como alarmante).
Si bien este "Big Mac" no enamora en el paladar, ni llena de adrenalina nuestro sistema nervioso, merece un hueco en la historia de nuestra retina. Es ahí donde conquista. Y es que la calidad visual, la rapidez de su sabor dulzón y estridente se disuelve y se concentra en su puesta en escena, en los "efectos espaciales", en el mundo creado. Un mundo novedoso y efectivo. Sólo ahí se queda.. Pero por mucho tiempo.

Érase una vez, hace muchos, muchos años, antes del nacimiento de pequeños mounstruos como Pocoyó o Bob Esponja, en un reino donde las madres tenían tiempo y ganas de compartirlo, los niños se dormían soñando con un cuento. Uno de los más especiales era sin duda el creado por los hermanos Grimm, Blancanieves. La historia fue contada durante generaciones. Un buen día, el más brillante mago encantador de niños, se atrevió a darle vida en el cine, y la historia sumó nueva importancia, luz, color y brillo. Pero los años pasaron, llegando en el tiempo y en las gentes las épocas de desidia y oscuridad, y los padres perdieron interés por ese cuento manido y muy alejado de su experiencia y evolución en la vida.
En el Año 2012, Rupert Sanders hizo el "Érase otra vez"..una vez más, de un cuento con el que no se había vuelto a conectar. Se centró en que la historia recobrara la fuerza que los adultos sintieron en su infancia: el miedo, la indefensión ante lo que nos rodea, la aventura, la seductora oscuridad, el poder de la pureza y la extrañeza que nos produce.
La película consigue ser una aventura. Consigue ser entretenida, con momentos en los que flojea considerablemente (reino de las hadas), pero con una trama que, pese a ser conocida, nos mantiene expectantes (la mayor parte del tiempo). La sosería de Kristen Stewart, muy bien calculada en el reparto, equilibra la balanza a favor del personaje de la Madrastra, que adquiere más matices gracias a la interpretación de la genial Charlize Theron (razón más que suficiente para ver esta nueva versión) en el papel de una atormentada dominatrix de corazón cansado, psicopático y oscuro. La película nos regala secuencias que podrían pertenecer a partes del Señor de los Anillos, por lo cuidado de la puesta en escena, paisajes y efectos especiales (no, no exagero). Siendo mucho más oscura que la versión que fuera el primer largometraje de Walt Disney (imposible evitar la referencia), y sin estar a su altura, lógicamente, no se aparta del todo de la referencia original, y conserva toques "naíf" que nos rechinarán un poco (son el lado menos conseguido del largometraje), pero indispensables para no perder la fidelidad con su origen. Errores, muchos (la manta que aparece y desaparece del caballo..), momentos flojos, tb, actores inexpresivos (o muñecos cazadores de clembuterol), diálogos innecesarios, frases desafortunadas y algún momento casi-genial desperdiciado.. pero la película consigue ser otra vez un cuento con todos los ingredientes del original, y lo principal, con las sensaciones que nos producía siendo niños.. una vez más.

Pues eso, en mi opinión hacer una crítica de esta película, es como entregarse a una cata de briks de vino Don Simón.
Eso sí: merece la pena destacar un aspecto que nos sugiere descaradamente los tres primeros minutos del largometraje: Josh Holloway, el personaje de la serie "Perdidos" especializado en arquear la ceja durante todo el capítulo semana tras semana, se plantea como el perfecto sucesor de la saga 007, muy por encima del dudoso pero eficaz Daniel Craig (al que se acepta como Agente Secreto del mismo modo que pulpo como animal de compañía..) y en tan breve espacio de tiempo se las arregla para recordarnos a Sean Connery, Roger Moore o Pierce Brosnan. Os animo a comprobarlo.. y me contáis!
Bien por el guiño.

Del resto.. para mezclar con Casera ; )