Lo que nos hubiéramos reído tú y yo con esta película.Ni te lo puedes imaginar. Ahí dos gallos de corral peleando por la única guayaba del instituto todo así ambientado en tiempos chungos y prebélicos. Por un lado , Darío Nahaaris , con una barba tan hipster y ultrasexy que dan ganas de volverse poliamoroso a la voz de ya y por otro un joven médico más noble e idealista que Obama antes de desayunar. A ver quien se la lleva al huerto, hubiéramos apostado, olvidándonos por supuesto ipso facto de todo lo demás. Tú hubieras dicho que Nahaaris se la lleva fijo, de calle. Pero entonces yo te hubiera preguntado que por qué los malotes ganan siempre . Tú hubieras replicado que no se trata de ser malote, que lo que pasa en realidad es que el teniente es comansi y que es precisamente por eso por lo que el otro no tiene ninguna oportunidad. ¿ Comansi ?, te hubiera preguntando yo. Comansi , hubieras repetido paladeando ligeramente las sílabas con tus dulces, hermosos, fantásticos labios. Y luego ya no hubiéramos podido ver nada más de esta armenia película o hubiéramos tenido que rebobinarla tres veces tras desnudarte otomanamente en el sofá.

Sé que te habría gustado esta película porque es como tú: ligera y dulce. Los personajes no son sorprendentes pero poseen la química adecuada. El guión no es ambicioso pero contiene humor y está atravesado
tiernamente por la música. Sé que habríamos disfrutado las peripecias de la pareja protagonista, los números de baile, el color de las escenas y sé que al final, tras los créditos, habríamos buscado la partitura. Sentada al piano, habrías tarareado la melodía principal mientras LLuna a tus pies se habría hecho de nuevo bola. Yo te habría observado tocar el tema principal de oído y luego tal vez habrías intentado alguna otro tema de la película . Puede que incluso te hubiera sugerido intentar alguna variación y grabarla como hacías antes de que nos conociéramos. Esa habría sido la tarde del domingo: un musical de colores, un piano, una perra dormida, unas galletas. Cuando la estrenaron, pensé en decirte lo mucho que me gustaba la melancolía del tema principal, ese que suena al principio fuera del club del jazz y que hace que la protagonista no pueda resistir la tentación de entrar. Pensé que tal vez podríamos hablar con música como al principio, que quizá aún nos quedaba la música como un último vínculo, pero finalmente no me atreví. Aún sueño que la tocas.

Te habría gustado esta película. Ya el cartel con esa pareja charlando bajo la lluvia mezclando el blanco y el negro y el color es una pequeña maravilla aunque todos sepamos de sobra que en la realidad es muy difícil e improbable comunicarse al abrigo de los paraguas. A mí me emociona. Siempre lo hace. Cada vez que la veo. Quizá por eso la busco y vuelvo a ella de vez en cuando. Me hace llorar el modo natural que tienen de amarse los protagonistas, su intensa delicadeza, esa extraña mezcla de desolación y esperanza que es el final y también que Anton ya no esté vivo por culpa de un absurdo y esquizofrénico accidente.Me da mucha pena que un chico tan joven y espléndido haya desaparecido de la faz de la tierra porque además intuyo que esta pequeña película , este cuento dulce e inquietante que combina magistralmente la melancolía de la música con la voz aserrada de Anton
será aquello por lo que más se le recuerde: por un canto al amor perdido, al que no pudo ser pero aún nos hiere como el ácido cada día de nuestra vida.

La película es una narración, una voz que nos cuenta, y eso también es hermoso porque el amor que contamos y el modo en que decidimos hacerlo constituye nuestra mirada. Uno vive en lo que cuenta y Brian lo sabe muy bien: es escritor. Sólo que el estudio de las palabras y su juventud aún no le han preparado lo suficiente para lo que viene a continuación : encontrarse con la sirena. Luego escribirá su libro, pero qué no hubiera dado por ahorrárselo y poder alargar la historia tan sólo un día más, qué no habríamos dado todos para que la vida nos hubiera permitido saltarnos ciertas lecciones ingratas.

Se hace tarde, cae la noche y sólo queda ya la memoria de lo que una vez fue la piel más dulce e intensa de nuestra vida.