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Reino Unido Reino Unido · Birmingham
Críticas de Peaky Boy
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Críticas 92
Críticas ordenadas por utilidad
6
18 de junio de 2013
17 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estrenada en Irlanda en la jornada de puertas abiertas de Dublín, nada se esperaba de la ópera prima de Lellouche, Paris - Manhattan, pero se convirtió sin duda en el gran entretenimiento del día.
Comedia romántica sin complicaciones, hecha para cumplir un claro objetivo dentro de un género en decadencia, hacer pasar un buen rato mediante el uso de tópicos amorosos y situaciones de enredo. Nadie mejor que los franceses para recrear con humor ese tipo de escenario.
Alice es una farmacéutica obsesionada con Woody Allen, soltera y con una familia disfuncional empeñada en buscarle un novio a toda costa. Víctor es el encargado de una empresa de seguridad que instala una alarma en la farmacia de Alice. Y la dinámica de este tipo de comedias ya la conocemos todos, chica conoce chico, chico se enamora de chica, y los contratiempos que van surgiendo entre ese momento y el final desenlace.
No es una obra maestra, pero nos deja la grata sensación de haber pasado un rato divertido en compañía de unos singulares personajes, además de ahorrarnos, como no hacen otras mal llamadas comedias, un montón de complicaciones absurdas, problemas del primer mundo y banalidades que no hacen más que alargar innecesariamente el metraje de unas cintas a las que mejor cuadraría el epíteto de aburrido melodrama. Paris – Manhattan, por el contrario se muestra fresca, alegre, simpática, y en ocasiones disparatada.
Técnicamente no hay mucho que añadir, sin alardes ni florituras, pero la novel realizadora ni tan siquiera lo intenta. El filme avanza sin pretensiones, con un aire naif y desenfadado que cuenta, como colofón final, con una colaboración sorpresa de lujo. Y la verdad es que los galos son únicos cuando de comedias románticas se trata, la distinción de su acento, su forma de vestir, elegante pero a la vez natural, sin llegar a resultar recargado, su desenvoltura a la hora de manejar los diálogos que, aunque basados en clichés del género, están dotados de un humor sofisticado del que es difícil cansarse, consiguen hacer de la cinta el acompañamiento perfecto para una botella de vino, dos copas y alguien con quien beberlo.
Peaky Boy
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8
4 de febrero de 2014
16 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
El corazón roto, el final del primer amor, amistades que se separan por otros diez interminables meses, el llanto que brota al ver la risa en las fotos, el viaje de vuelta, un te quiero sin dueño, volver a empezar. El mar en calma, el viento seco que cubre de arena fría la torre sin vigilante. El chiringuito sin hamacas donde contemplar la puesta de sol. El día más largo, la noche más corta, despertarse con el alba en la playa y no encontrar las zapatillas, caminar con la brisa de la mañana hasta la orilla y sentarte junto a la chica de rubio cabello y falda blanca que sonríe mientras le ofreces tu chaqueta, la rodeas con el brazo mirando el amanecer y deseando que el tiempo se detenga para siempre. No hay nada tan melancólico como el final del verano.
El título ya nos provoca esa sensación de vacío y soledad que, durante los 90 minutos de metraje, no se separará de nosotros ni un solo instante. Trabajo minimalista que explora, de forma minuciosa, lo terrorífico que supone enfrentarse al proceso de rehabilitación de la adicción a las drogas para un hombre de mediana edad. Delicado ejercicio narrativo que ahonda en lo más profundo de los miedos de un ex drogadicto que pasa por una crisis existencial, a consecuencia de una sociedad que le cierra continuamente las puertas y que parece no tener sitio para él. Tratando de rehacerse como persona, explorará la ciudad, a los conocidos y a sí mismo con el fin de buscar un significado a esta vida que se empeña en poner las cosas tan difíciles.
Oslo, 31 de agosto de 2011, la capital noruega se queda sin palabras tras el estreno de la nueva película de uno de sus directores más prometedores. No fue hasta diciembre de ese mismo año cuando, de visita por Polonia, me llegaron oídas de que un drama psicológico nórdico estaba causando sensación a su paso por una gran cantidad de festivales de cine. Más de dos años después, por fin llega a los cines españoles en lo que imaginamos será un estreno muy selecto y fugaz por las carteleras. Más vale tarde que nunca, dice el refrán, y sobre todo teniendo en cuenta la gran calidad de esta cinta que hará que la espera haya merecido la pena. La trama comienza con fuerza, un sujeto tratando de suicidarse en un lago; un intento brutal no sólo por lo desesperado del acto en sí, sino por la insensatez de este hombre que, con el juicio completamente nublado, deja el éxito de la funesta empresa en manos de su fuerza de voluntad. Una tentativa tan descorazonadora como imposible en su ejecución al atentar contra el más elemental instinto de supervivencia. Inmediatamente después de haberlo visto tocar fondo, empezaremos a conocer y entender las causas que han llevado a Anders hasta esa crítica situación.
Joachim Trier realiza un trabajo magnífico tras la cámara adaptando de forma muy libre la novela de Pierre Drieu La Rochelle, El fuego fatuo. El director vuelve a contar, como ya hiciera en su primer filme, Reprise, 2006, con Anders Danielsen Lie, al que utiliza como herramienta principal para el evocador estudio que hace sobre la fragilidad de la mente. Un actor que firma una interpretación asombrosa, con tanta fuerza que nos absorbe por completo en su vorágine autodestructiva y nos deja a expensas de su propia suerte. Mediante una serie de travellings de seguimiento, acompañaremos a Anders en un viaje introspectivo mientras deambula, por las calles de Oslo, en busca de un modelo ejemplar que le ayude a encauzar su vida. El entorno será la clave, viejos amigos, familia, su ex novia, todos jugarán un papel decisivo para conseguir que el protagonista tome una decisión acertada; o por el contrario será el detonante que le haga falta para darse cuenta de que por mucha gente que conozca, su vida seguirá siendo tan miserable y solitaria como lo era antes de su etapa de desintoxicación. El actor será el centro de atención en todo momento, su presencia se convertirá en un imán que nos impedirá apartar la vista de la pantalla, incluso después de que hayan empezado a salir los créditos finales.
Jakob Ihre nos deleita con una sensacional fotografía gracias a la cual se llevó el premio en el festival de cine de Estocolmo. Elegante y modesta a partes iguales, se encarga de retratar perfectamente ese turbulento escenario emocional por el que se mueve el protagonista. Un estupendo trabajo de composición que funciona a la perfección junto al guion escrito por el propio Trier y su fiel colaborador en este apartado, Eskil Vogt. Un magnífico libreto lleno de diálogos muy profundos que esconden una gran crítica social bajo el manto pesimista que los envuelve.
Refinado y nostálgico retrato existencialista de una generación de jóvenes procedentes de buenas familias, con un alto nivel cultural y una gran creatividad, cuya rebeldía les condenó al ostracismo social de los adictos a las drogas duras. Víctimas de su tiempo que sufrieron la hipocresía de una sociedad estratificada y altiva que nos da la mano cuando menos la necesitamos, y nos pone la zancadilla cuando intentamos levantarnos. Romántico estudio que refleja perfectamente esa sensación tan plácidamente triste que supone el final del buen tiempo y la llegada de un largo periodo de frío y oscuridad, en el que la gente se despide a lo grande de las terrazas y las fiestas en la piscina para, finalmente, contemplar con impotencia aquella fugaz etapa de transición que, como dijo Garcilaso, debe de disfrutarse antes de que el momento pase para siempre, “marchitará la rosa el viento helado. Todo lo mudará la edad ligera por no hacer mudanza en su costumbre”
Peaky Boy
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7
21 de octubre de 2013
19 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
Regresa Woody Allen cumplidor a su cita anual con la terapia cinematográfica, y junto a él aparecen su público y crítica incondicionales que alaban todo lo que toca el neoyorquino, y sus más acérrimos detractores que pecan de todo lo contrario. Sí es cierto que, por más que le pese a cierta gente, Allen no ha vuelto a ser aquel genio del humor que, con Manhattan como fondo, ahondaba en la idiosincrasia de las relaciones amorosas a la vez que se desnudaba una y otra vez mostrando al público sus preocupaciones y obsesiones. Es difícil establecer un punto de inflexión en el trabajo del prolífico director, muchos opinan que fue la postrera colaboración con Mia Farrow, Maridos y Mujeres, 1992, la última de sus grandes obras, algo que no está nada mal ya que le otorgaría quince años, a una media de una película por año, en el podio de la cartelera mundial. Sin embargo los hay más generosos, entre los que nos incluimos, ampliando ese espectro cinco años más para no dejar fuera comedias de la talla de Misterioso asesinato en Manhattan, 1993, Balas sobre Broadway, 1994, o Desmontando a Harry, 1997. A partir de entonces las repeticiones en la trama, los triángulos amorosos y las hipocondríacas extravagancias dejaron de ser tan efectivas, cada película proporcionaba una sensación de déjà vu que no ha desaparecido en cada nuevo estreno del alter ego de Alvy Singer. Pero Allen siguió fiel a su estilo y consiguió crear una mirada muy particular de la cinematografía, como si de una terapia se tratase, él continuó abordando los mismos problemas una y otra vez, creando un reflejo de su persona muy característico en todas y cada una de sus obras, unas veces interpretado por él mismo, otras por un actor principal, un actor de reparto o un mero figurante como es el presente caso, reflejado en la aparición, al comienzo de la cinta, de la anciana que pacientemente escucha las interminables historias de la protagonista.
Asumiendo que no vamos a ver una obra maestra, un estreno de Allen se puede afrontar como una forma de criticar y lamentar la ausencia del talento y la imaginación de los que solía hacer gala, o, mucho más recomendable dado que hemos decidido de forma voluntaria pasar unas dos horas acompañados de una de sus películas, dejándonos llevar por las disparatadas situaciones, los estudios sociológicos de gente bastante desequilibrada, y divertirnos con un hombre que sabe perfectamente cómo conseguir hacer reír al espectador que muestre predisposición para ello. Algunas de las obras modernas del realizador, conseguirán mejor este efecto, y otras, por el contrario, serán algo más espesas.
Blue Jasmine, que supone el regreso de Allen a Nueva York tras su periplo europeo, se encuentra dentro de los “aciertos” de esta segunda etapa del director, al parecer el jugar en casa le ha dado ventaja escribiendo uno de los guiones más consistentes de los últimos años y trazando una de las historias que más se aleja de sus recientes productos. La narración de dos historias paralelas, una en el presente y otra en el pasado, mediante el uso de unos flashbacks muy bien conseguidos, aporta mucho dinamismo al filme que se ve reforzado por un diálogo atractivo dentro de un marco más dramático del que acostumbra, pero que pese a la seriedad de la trama, no pierde la esencia cómica gracias a unas actuaciones muy afortunadas, destacando el trabajo de la genial Cate Blanchett, en el papel de la mujer que afronta un cambio radical en su vida con una crisis nerviosa, y de Bobby Cannavale representando al excéntrico temperamental exaltado.
El dinero es el centro de la trama, mostrando la vacuidad, estupidez y dependencia que se desprende de las vidas de todo aquel que lo posee. Su ausencia, o al menos en grandes cantidades, sería la única manera de encontrar la felicidad. Jasmine es una mujer que paseaba tranquila por las tiendas de la quinta avenida, al margen de lo que ocurría en el mundo y en su propia familia, hasta que un día lo pierde todo, se queda sin casa, sin dinero y sin más lujos que un vuelo en primera clase a San Francisco donde la esperan su hermana, el novio de ésta, y un apartamento minúsculo en el que apenas tienen cabida sus maletas Loui Vuitton. Pronto comprenderá que el mundo laboral no está hecho para ella, su completa falta de aptitud le impide buscarse la vida en un momento donde las oportunidades no son fáciles para nadie. Hablando sola por las calles, con la mirada perdida en el horizonte mientras recuerda sus felices días en Los Hamptons, Jasmine está a punto de rendirse cuando una oportunidad aparece en forma de joven millonario. Con la poca energía que le queda e intentando controlar sus ataques nerviosos, opta por la que considera la alternativa más adecuada a sus necesidades, convertirse en lo que se conoce como una Gold Digger. Y así es como de la noche a la mañana se encuentra planificando una nueva vida de abundancia, sin la necesidad de pasar por el incómodo período de transición que toda relación implica, algo que parece un sueño hecho realidad y que sería perfecto de no ser por un factor que nunca se tiene en cuenta hasta que aparece sin previo aviso, el karma.
El español Javier Aguirresarobe plantea una profunda fotografiá, retratando los contrastes de las diferentes clases sociales que envuelven a la obstinada Jasmine, que no acepta la austeridad de su nueva vida y se niega a huir de los fantasmas de su ostentoso pasado, representados por medio de la melancólica canción Blue Moon.
Personal adaptación del drama de Tennessee Williams Un tranvía llamado deseo ya que, a pesar de no estar acreditado, presenta evidentes similitudes con la obra del prolífico dramaturgo. Sorprendente demostración de la habilidad de un director para dar vida a historias cotidianas, y de la facilidad para que sus directrices se vayan uniendo en fotogramas hasta dar como resultado aquello por lo que ha vivido, ya sea de manera obsesiva, compulsiva o romántica, durante más de cuarenta y cinco años; EL CINE.
Peaky Boy
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7
27 de octubre de 2011
14 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
El género Blaxploitation surge en la década de los 70 en Estados Unidos, es un cine cuya base son los movimientos sociales afroamericanos de la década de los 60, como los Panteras negras o Black Power. Su temática suele ser la de un “súper-héroe” negro que lucha contra los problemas de la calle, traficantes, chulos… Algo muy característico de este tipo de cine suele ser la banda sonora, compuesta por los artistas del funk y el soul más representativos de la época, así como las persecuciones de coches o los romances del protagonista con exuberantes mujeres. Pasados los 70, se siguió con este tipo de cine, que se convirtió en un símbolo de la cultura afro. La más representativa de estas películas es la realizada por el famoso director Quentin Tarantino, “Jackie Brown”. Pero en 2009, se estrenó una cinta que ha pasado bastante inadvertida y que a mi parecer es de una gran calidad y muy divertida. Cuando un grupo de traficantes matan al hermano de Black Dynamite, este pondrá la ciudad patas arriba para vengar su muerte. Con su gran habilidad para las artes marciales conseguirá ir abriéndose paso hasta el responsable de la droga que está matando a los niños de su ciudad. Una vez que lo encuentre no tendrá problemas para “patearle el trasero” sea quien sea…
Como curiosidad: En la película se puede ver un micrófono en la parte superior de la pantalla en varias ocasiones, esto se debe a una parodia referente a los escasos fondos con los que contaban las películas del género blaxploitation en su comienzo, y no a un fallo real de producción.
Peaky Boy
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9
27 de octubre de 2011
13 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
El final de la primera guerra mundial no tuvo las repercusiones que a muchos soldados americanos les hubieran gustado. Tras unas palmaditas en la espalda, estos hombres sintieron el desprecio de una sociedad que les daba la espalda. La mayoría deambulaban sin trabajo por la ciudad, sin tener claro a lo que dedicarse. Esta situación hace que un hombre honrado como Eddie Bartlett, no encuentre otra salida que la del contrabando de licor en un país donde la ley seca se acaba de aprobar. Pero en el mundo de los negocios clandestinos, te acabas asociado con gente traicionera, fría y sin escrúpulos, como su ex compañero de pelotón George Hally. Una vez creada la sociedad, todo se tornará violencia y venganzas entre bandas rivales por hacerse con el control del tráfico de alcohol en la ciudad.
Una fotografía genial en blanco y negro, con multitud de contrastes, a cargo del aclamado Ernest Haller (lo que el viento se llevó), acompaña a la perfección la magnífica dirección de Walsh, quién pese a abarcar casi dos décadas de la vida de este malhechor, consigue con su estilo fluido, que la acción nunca desaparezca.
De las interpretaciones poco hay que comentar, un James Cagney espectacular consigue la escalofriante naturalidad interpretativa al alcance de muy pocos, haciéndonos partícipes del levantamiento y caída de un delincuente que un mal día decidió probar ese brebaje con el que traficaba. Un secundario de lujo como es Humphrey Bogart, no consiguió otra cosa sino hacer de este film un clásico del cine negro y del sub género de gángsters.
Peaky Boy
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