En 2011 en Túnez salto la chispa de "La Primavera Árabe". El dictador de turno tuvo que salir y Túnez se convirtió en una república laica en un mundo árabe marcado por la religión. Los islamistas no tiraron la toalla y el país aún sigue dividido sin que dicha "primavera" acabe de cuajar. 

Como su protagonista la directora decidió regresar (se encontraba en Francia) y luchar desde dentro con su oficio por las libertades e invitando a ello a todos los compatriotas que en su día decidieron abandonar el pais que los asfixiaba. Y lo hace, con buen criterio, con humor, con una comedia que pone en solfa todo el lastre que aún queda por soltar bajo la premisa de que el pueblo tanto años silenciado necesita hablar por fin y expresar sus problemas. Que mejor metáfora que hacerlo en un diván de psicólogo. Previo pago de su importe, eso sí.

El caso es que las buenas intenciones apenas se sustentan con la presencia carismática de Golshifteh Farahani. No acaba de encontrar su propia voz, su tono, su ritmo como comedia dramática. Y la crítica social se ve aguada en un bucle de secundarios a medio cocer. Hay buenos mimbres pero esta primera vez no acaban de estar bien trenzados.

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A lo largo de la tradición teatral inglesa, el vulgo siempre fue muy fan de la violencia truculenta. Punch (abreviatura de Punchinello) que antecede a su esposa Judy en el nombre que dan los ingleses a los títeres de cachiporra cuyo origen se remonta a la Comedia del Arte italiana, siempre va repartiendo garrotazos a diestro y siniestro, sobre todo a su sufrida esposa que inicialmente se llamaba Joan.

Si bien Punch como títere (por cierto de mano o varilla y no de hilo) tiene bula para atizar al orden establecido para gozo y disfrute del pueblo oprimido, acaba por írsele la mano jaleado por su público y en ciertas épocas fue prohibido.

La actriz y guionista australiana Mirrah Foulkes (1981) ha decidido revertir el cuento, empoderar a Judy y aplicar aquello de donde las dan las toman. El trazo feminista, la denuncia de la violencia de género y que las hipocresías, miedos irracionales y demás maldades humanas para con aquellos que consideramos diferentes no han cambiado afloran excesivamente subrayadas. Quizás haga falta hacerlo así para mejor concienciar al vulgo actual, pero va lastrando una narrativa que empieza poderosa, con una producción y puesta en escena notable con acertadas interpretaciones que no acaba encontrar el tono preciso desembocando en un final previsible y simplón que termina por no dejarnos satisfechos del todo.

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Pues haciendo honor a su título eso es lo que uno piensa a medida que transcurre el largo metraje de esta historia de amistad y reflexión sobre esa enfermedad que un buen día de improviso nos pone fecha de caducidad. Pero la verdad es que no, que lo mejor es la idea inicial que se mantiene a flote a duras penas gracias al buen hacer de su dupla protagonista que sostienen un guión que no acaba de mojarse ni en el drama ni en la comedia consiguiendo a la postre un equilibrio que en mi caso no ha evitado un cierto sopor ante, parafraseando a Gabo, una crónica de una muerte anunciada, obvia y previsible que los directores-guionistas tratan de endulzar en los postres con una coda romántica poco o nada creible. A Zineb Triki mejor disfrutarla en la medida de su valía en la sobresaliente serie "Oficina de infiltrados".

Patelliere y Delaporte acertaron en su debut con "El nombre" (2012) con múltiples adaptaciones en otros países y extensiones sobre las tablas. No creo que para esta nueva propuesta lo mejor esté por llegar.

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Tras su poco afortunado paso por la producción británica y estadounidense en estos últimos años desde su notable presentación en sociedad con "La bicicleta verde" (2008), la directora regresa a su Saudí natal para ilustrarnos de forma sencilla de como le van las cosas a las mujeres por allí. Un país donde las diferencias de género son más que profundas lastradas por una interpretación extrema del Islam que consagra un régimen patriarcal igual de extremo.

La cinta comienza con su protagonista conduciendo, cosa que hasta hace solo dos años les estaba prohibido a las mujeres. Parece como una declaración de buenas intenciones hacia los minúsculos y tímidos avances que su rey va permitiendo. Ya pueden votar y estudiar profesiones que no se ciñan solo a magisterio o medicina. Incluso pueden ir al fútbol, No nos engañemos el abismo de género sigue siendo inmenso ante la condescendencia internacional que mira para otro lado incluido altos representantes institucionales patrios. Poderoso caballero es Don Dinero, ya lo dijo Quevedo, aunque el oro negro empieze a tener fecha de caducidad.

Con un guión de una candidez didáctica consigue sin molestar demasiado que imaginemos, más que veamos lo que pueden estar pasando las mujeres en ese país que incluso recela de sus propias manifestaciones artísticas de las que se encarga representar la figura del padre músico. El tono melifluo que recubre toda la película no parece suficiente como para remover conciencias por mucho que el personaje bien interpretado por Mila Al Zahrani reivindique sus derechos y la directora nos ofrezca una coda final esperanzadora en el personaje del abuelo tan improbable como forzada en su emotividad.

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Como buena discípula de su padre el mítico productor Elias Querejeta (1934-2013) Gracia hace de la necesidad de los tiempos que corren virtud y "solo" necesita de tres actrices de categoría sobrada para defender un texto escrito a pachas con Antonio Santos Mercero en el que vuelca mucho de sí misma, una mujer de 58 años que en tiempos de empoderamiento femenino, nos recuerda que el camino ha sido y  sigue siendo aún  largo y tortuoso como cantaban los Beatles. Tres mujeres peripatéticas que hacen de su paseo semanal por el parque un desahogo de sus propios miedos, esperanzas y contradicciones. También algo patéticas en una visión pesimista de las mujeres patrias de cincuenta que se encarga de desarbolar el personaje de Blanca Portillo que ha decidido no perseguirse la cola y mirar hacia adelante. Pedro Casablanc en su rol nos recuerda que los hombres también tienen lo suyo.

Es cierto que en los diálogos se trasluce más de lo que debiera la mano de sus guionistas pero uno se deja engatusar por Suarez, Ozores y una sorprendente Poza (por su cambio de registro habitual) como no podía ser de otra manera con tan buenas actrices, que en esto sí que le llevan ventaja desde siempre y en cualquier lugar al género actoral masculino.

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