No entiendo mucho de westerns. Diría más: no entiendo nada de cine. Pero, “Valor de ley” es una película que me ha encantado.

Los personajes tienen magnetismo, la fotografía es simplemente bella y la historia engancha, apasiona. Más los habituales detallitos visuales e ironía fina que deja toda película de los hermanos Coen.

Puede que no llegues a creer que una niña de 14 años tenga esa sed de justicia (o de venganza) y que sea capaz de acorralar a un usurero y de lidiar con personajes y situaciones de pico en vena, pero da igual, empatizas con ella y su corte y sigues sus aventuras atento a cualquier detalle de los que te van a ir sorprendiendo a medida que el filme avance.

Diría que, veinticinco años después, y salvando todas las distancias, la película me ha producido un ramalazo similar y me ha hecho evocar a “La princesa prometida”. Que sí, que ya sé que no tienen nada que ver, pero la asociación de ideas ha dado esto.

En el lado negativo, dos puntos:

No puedo entrar en detalles, pero el final, el epílogo como si dijéramos, no me gustó demasiado. No veo parecido alguno entre esa mujer madura y la niña de boquita de fresa que un día fue, de ahí mi leve disgusto.

Y dos, ¿por qué no traducir “True grit” como “Verdaderas agallas”, tal cual se dice en la propia película?

Película sencilla, cotidiana, creíble. Drama familiar que te resultará más próximo cuanto más numerosa y burguesa sea tu familia.

Una virtud no menor de la película es mostrarnos cine hecho en Catalunya y en catalán, una especie rara avis.

Me recuerda a la primera cinta de Rosales: "Las horas del día", si bien es menos truculenta. Aparentemente nada sucede, todo va despacio y se repiten escenas intrascendentes. No todo se explica, sino más bien queda explícito: las miradas, los silencios y los rictus hablan más que la palabra. Y así, la película va calando y explica si no todos los vericuetos, sí un buen esbozo de lo que es una intrincada red de rencillas familiares y problemas personales. Le toca al espectador completar todo el dibujo, allá cada cual con su imaginación.

Notable debut de esta realizadora, Mar Coll. Gran interpretación de Nausicaa Bonnín, supongo que novel, a la que acompaña perfectamente su padre en la ficción, el veterano Eduard Fernández.

Sencilla banda sonora plagada de música operística y un puntazo nostálgico: "Un ramito de violetas" en versión de Manzanita.

Que el título no llame a engaño: no es una película para estimular el apetito; la vertiente social de los desayunos, almuerzos y cenas es de lo que se habla aquí.

Podría considerarse una película más de historias cruzadas, pero rezuma espontaneidad y frescura.

Diálogos creíbles y a menudo hilarantes, historias simples, cotidianas, ese poso de humor gallego y como trasfondo los soportales de una calle de Santiago y la plaza del Obradoiro.

Relato kafkiano, amargo cuento de Navidad, película de terror psicológico de las de apretar las mandíbulas que retrata a una sociedad aparentemente idílica pero profundamente enferma.

La película muestra la caída al abismo de un hombre bueno que no puede comprender el laberinto en el que le han metido sin saberlo.

El trabajo de los actores es impecable, aunque uno piensa que el guion difícilmente pueda salir de la realidad de un país como Dinamarca.

Incluye un final indescifrable para un servidor y merece todas las estrellas que se le adjudiquen.