La carrera del director Jason Reitman, pese a repartirse las tareas de guión en sus películas entre Sheldon Turner, Diablo Cody y él mismo, parece contener ya una línea de continuidad de lo más clara. Los protagonistas de todas sus historias hasta ahora son lo más lejano a un héroe de película de Hollywood, a saber: en Gracias por Fumar, Aaron Eckhart representaba lo más oscuro, cínico y tabú del mundo capitalista (como magnate periodístico del mundo del tabaco); en Juno, Ellen Page sobrellevaba su -indeseada- maternidad como deslenguada adolescente, sin pudor a la hora de expresar las más incorrectas opiniones; en Up in the Air, a George Clooney parecía no pesarle sobre su conciencia el ser un cínico tiburón responsable de miles de despidos; y en esta última, Young Adult, no parece que haya límites ni prudencia para que Charlize Theron consiga sus objetivos.

Con todas estas historias, Jason Reitman habla de la sociedad de los Estados Unidos, de los grandes espacios de sus ciudades satélite y de las grandes distancias emocionales en las que sus protagonistas se encuentran aislados. Su crítica nunca es mordiente, se escuda en la ironía, en una distancia moral sobre sus historias, queriendo a todos esos personajes por encima de todos sus defectos, pues sus defectos son, en el fondo, lo que les define como humanos.

Young Adult, a través de la fascinante mirada de su personaje clave, trata de mirar el paso del tiempo, lo que una vez fuimos, las cosas con las que soñamos, lo que finalmente hemos conseguido y lo que todos esos años significan para nosotros. Está claro, Mavis Gary (Theron) no es una persona fácil, pero si resulta fácil identificarse con ella. Ese salto a la madurez que no llega, esa felicidad que se escapa y que ni siquiera entendemos como concepto, esos juicios de valor que hacemos con aquellos que consideramos inferiores, fracasados, infelices, antes incluso de mirarnos a nosotros mismos...

Young Adult, pese a arrancar más de una sonrisa, es una película amarga. Sus conclusiones no buscan el perdón de ninguno de sus personajes. No habrá grandes cambios en sus vidas, y sus opiniones, las de todos ellos, seguirán en el fondo siendo las mismas. Solo queda el haber sido conscientes, aunque sea por un breve momento (esa maravillosa conversación final en la cocina), de lo que somos, lo que tenemos y lo que nos falta.

Charlize Theron, al margen de Monster, nunca había estado tan fascinante. La niña/mujer que nos descubre es un portento como composición cómica, como trágica visión de un “young adult”, como estrella realizando un trabajo sencillo pero gigantesco, de transmitir todas esas ideas con un personaje tan antipático como el de Mavis Gray, a la que sin esperarlo, acabas queriendo sin remedio.