La verdad es que no salgo de mi asombro con el resultado final de esta película, ya que sobre el papel este proyecto prometía ser una de las grandes películas del año, pero no ha sido así. En su lugar nos encontramos con una cinta tan neutra y tan fría que cuesta creerlo. Tanto la historia que se nos cuenta como el elenco de actores prometía una bacanal de emociones que casi nunca llega (ver spoiler) y eso lastra los escasos méritos de la película. No he leído la novela, pero no hace falta para ver que la historia de los dos adolescentes fugados está tratada en dos patadas (nunca una interpretación fue tan fugaz como la de Irene Escolar y Martín Rivas) y que a Raúl Arévalo le falta talento para hacer creíble ese personaje tan pretendidamente perturbador -y finalmente rídículo, pienso en la escena de las piernas- que es el diácono y su crisis de fe. Si a esto le añadimos un decepcionante trabajo de los habitualmente estupendos Javier Cámara y Maribel Verdú -aunque ella funciona a ratos- tenemos un cóctel de lo más aburrido y académico, en el peor sentido de la expresión.