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España España · Zaragoza
Voto de Juan Solo:
7
Comedia. Romance En la Francia de los años 20, durante la época dorada del jazz, un mago inglés (Colin Firth) está decidido a desenmascarar a una falsa médium (Emma Stone). Esto desencadenará una serie de hechos mágicos que sacudirán la vida de ambos.
10 de diciembre de 2014
11 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Acaba de cumplir 79 años, y dice que para él hacer películas se ha convertido ya en una especie de exorcismo, en una forma muy particular de batallar contra el tiempo y de espantar a la muerte. La necesidad que siempre ha tenido Woody Allen de rodar y presentar una película al año se antoja ahora más perentoria que nunca, y en mutua correspondencia, somos muchos los que consideramos que cada nuevo estreno anual del director es por encima de todo un regalo que nos siguen dando el cine y la vida. Y ojalá que podamos disfrutar con estos regalos unos cuantos añitos más.

No sé qué será de nosotros el día que nos falte Woody, y lo peor, como decía el otro, no es que para entonces ya no haya Woody, es que ya no habrá películas de Woody. Quizá entonces echaremos en falta nuestra cita anual con el maestro, y añoraremos pequeñas piezas de cámara como esta que nos llega ahora. Yo siempre digo que las películas de Allen son como el vino, mejoran con los años; tras su estreno reciben un año sí y otro también el calificativo de “obra menor”, pasan a ser irremediablemente una más dentro de su filmografía, no resisten básicamente la comparación con las obras maestras de antaño y los críticos lo tienen fácil a la hora del encasillamiento. No obstante, pasan los años, y le voilá, por arte de magia- ah, la magia- es entonces cuando se revelan como lo que realmente son.

“Magia a la luz de la luna” se presenta en apariencia como una comedia ligera de corte romántico-sentimental que mira de reojo a los grandes clásicos del género. Es sólo la apariencia. Básicamente por el contexto en el que se halla dentro de la filmografía de su autor la obra pasa a dejar un poso de sensaciones muy diferentes en el espectador. El film no resulta ser el clásico cuento de hadas, por el camino la magia se va mezclando con el existencialismo y la fantasía acaba conviviendo con la razón y la ciencia. A la película le sobra palabrería y le falta algo de ritmo, sí. Son los riesgos que uno corre cuando intenta combinar a Preston Sturgess con Nietzsche. Le falta también algo de mordacidad en el dibujo de esa alta y acomodada burguesía que se nos traza esta vez con un encanto más que discreto.

Al final no, no estamos ante la deliciosa comedia romántica que uno podía intuir tras este título. Hubiese sido muy fácil dejarse llevar por los encantos de la Costa Azul para plasmar en pantalla esta historia de farsantes y espíritus burlones, de un mago que no cree en la magia y de su particular cruzada contra el mundo. Allen opta justamente por lo contrario, por el desencanto que no hay que confundir con el pesimismo (pese a su fama siempre ha sido un romántico antes que un pesimista), y eso es lo que termina haciendo tan especial su trabajo.

Al final, es el propio director cuyo espíritu aparece en escena en el cuerpo de un atinadísimo Colin Firth quien decide dar un golpe de timón y mandarnos un mensaje optimista y de esperanza. Vuelve a recurrir a la magia y a la comedia clásica que tantas veces le han salvado. En realidad lo ha estado haciendo desde el principio, pero es en este momento cuando Allen nos pide que sigamos creyendo en la magia y en el amor como lo único que nos puede ayudar a soportar la realidad y es capaz de aportarnos esperanza en un mundo que en realidad ofrece muy pocas esperanzas. Yo, por mi parte pienso hacerle caso, voy a seguir creyendo en la magia y en el amor. Y voy a seguir esperando con la misma ilusión de siempre el estreno de la próxima película de Woody Allen, ese regalo inmenso y maravilloso que nos siguen dando el cine y la vida.
Juan Solo
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