Juliette Binoche maneja y habla en inglés, la cámara está montada sobre el auto y a ellos se los ve a través de los reflejos en cristales de las callecitas del pueblo de la Toscana donde transcurre la película. Ella parece hecha de seda y de vida, tranparente, como una escultura en un mármol vivo, tembloroso y delicado. Se adivinan sus pensamientos y se adivina hacia dónde quiere llevarnos. Una lágrima le resbala por la cara. No se la seca. La actriz sabe que la lágrima cae y la deja caer sin hacer lo que se hace en la vida: secarse las lágrimas. Uno siente la cosquilla que le está haciendo en su caída muy lenta. No se altera, pero sabe y se le nota el orgullo de haber llorado justo a tiempo y no alterarse y que la lágrima haga todo su caminito en el mármol. La naturalidad y la simplicidad de JB se transforman en destreza y artificio, toda la construcción se viene abajo. Me siento engañado.