Sería imposible que una película que junta orca y a los británicos elegantísimos e interesantísimos Charlotte Rampling y Richard Harris no tuviera interés. Si además la película está a favor de y entendiendo perfectamente a la orca, y lleva a la conversión del pescador a entender la visión del delfín, la película sale como lo que es, una película rara avís sobre el mar, sobre la vida de estos delfines (mucho de lo que dice es verdad, obviamente no lo que es obvio que es ficción aunque perfectamente permisible ya que es una película) y sobre el respeto al mar y a los mamíferos que en el habitan, todo ello envuelto en, para mi, la más preciosa música compuesta por Morricone (el inicio de la película con las orcas saltando y esa música es una de las escenas más maravillosas que he visto en el cine).
En lo que respecta a que sea una secuela de Tiburón, la verdad es que es justo lo contrario, porque el enorme talento de Spielberg sacó a la luz para ya nunca volver a esconderse un miedo atávico que tenemos a los tiburones, y en esta película, sin embargo, se quiso conseguir lo contrario: entender y querer saber de uno de los mamíferos más magníficos e inteligentes que hay.
Película hermosa, en suma, por su música, por sus actores, por ese mar magnífico y esa orca magnifica también, por su sensibilidad sin un ápice de sensiblería, por su elegancia que flota en todas las escenas, y porque transmite sentimientos de compasión, de solidaridad, de entendimiento y de afecto.
Gracias a esta película empecé a estudiar y a querer saber de las orcas, hace ya 40 años, y surgió en mí una querencia hacia ellas que hoy por hoy sigue intacta y que me ha hecho buscarlas de todos los modos y verlas por muchos lugares del planeta, por tanto es esta una película a la que le tengo un especialísimo cariño.

Sería de un 7 como mucho en mi opinión, pero le pongo un 8. El tema que aborda, inusual, y cómo lo aborda, mucho más inusual todavía, lo merece.