Ambientada en Aotearoa del pueblo maorí (lo que los occidentales llaman Nueva Zelanda) en una época anterior a la de la invasión y colonización británica, no es tanto una historia de venganzas y sí uno de aquellos cuentos y leyendas de tradición oral tan habituales en las sociedades pretéritas sin un alfabeto o medio escrito. En esas narraciones una de las temáticas son las historias de guerreros, con conceptos fantásticos que coalescen con el más allá, con los espíritus y los ancestros. Todo ello lo veremos en este filme, con unos contenidos etnológicos y enriquecedores para quien no conozca la cultura maorí. Descubriremos su idioma, el culto a los ancestros, su vestuario, la estética de los combates y duelos a muerte, el extraño armamento (las meres, elaboradas con nefrita, un silicato verde, y que parecen paletas de ping-pong,), los ídolos totémicos, el camino el guerrero y la práctica de la antropofagia.

Este filme no deja de recordar a "Apocalypto" (M.Gibson, 2006) por el tratamiento de una cultura anterior a la colonización occidental en su propio idioma, pero no hay que llevarse a engaño, el film de Gibson es mucho más descarnado y realista, y, además, trata de la supervivencia mientras que el de Fraser versa sobre la venganza y la redención. Así que no son tan coincidentes.

La dirección de Fraser es una mezcla de naturalismo documental y elegancia cinematográfica, tratando de pasar desapercibido en la narración de la historia, que fluye por si sola, apoyada en unas buenas interpretaciones, destacando el enorme Lawrence Makoare, al que vimos como un Uruk-Hai en "El señor de los anillos", de rostro complejo y de expresiones infinitas, donde el remordimiento y su angustia mental del personaje encuentra un lienzo único para ser mostrado al espectador.

Es un buen filme, diferente, sorprendente, en una lengua desconocida y sobre una cultura aún pura, con unos conceptos éticos a años luz de los occidentales.