Vi por primera vez “Gigi” hace aproximadamente 15 años, cuando coleccioné los 70 clásicos del cine de oro de “El País”. Cada película llevaba su libro correspondiente y las vi y leí todas. Fue la manera que tuve de ir acercándome y alfabetizándome con los clásicos. Luego descubrí los coloquios de “Qué grande es el cine” y desde hace 5 años, sigo el listado de programas que emitieron en La 2. Anoche me tocó el programa 193.

No recordaba absolutamente nada de la película, solo que era un musical. Y quizá dentro de unos años sea lo que recuerde. Me llamó la atención el excesivo uso de transparencias, en una película de alto presupuesto y con 9 Óscars. Esta película no es mejor que Vértigo, a quien le arrebató la estatuilla aquel año.

Narrando la vida del París de 1900, aquel de Víctor Hugo y Óscar Wilde, al que llegó Valle-Inclán, Picasso y Machado (aunque más tarde), era solo un retrato de la alta sociedad, profundamente misógina, que coleccionaba suicidios de doncellas abandonadas a su suerte… Dura escena esa…

Por otra parte, la dulce y bella Gigi nos atrapa a todos con su dulzura y espontaneidad. La película guarda algún paralelismo férreo con “My Fair Lady” e incluso recordé erróneamente que era Audrey Hepburn. Me hizo reír especialmente la escena del vino, en que ella está aprendiendo y acaba emborrachada.

En líneas generales, es una película que ha envejecido de manera fatal, especialmente por el poso que queda en el espectador de que Gigi acabará suicidándose, tal vez si la película se hubiera extendido 10 minutos más…

Retrato de una sociedad pueril, cubierta de perlas, esmeraldas y zafiros; nuevos ricos “apetrodolarados”, fiestas absurdas, postrero… En lo que se ha ido convirtiendo esta sociedad a medida que nos hemos ido alfabetizando.