Me he tragado hasta el último episodio de la primera temporada para poder decir: al fin, se acabó. Qué latazo de robots, de niños, de beatos y de planeta. No hay a qué agarrarse para mantener el interés por este engendro improvisado a vuela pluma, donde igual te sacan una serpiente voladora que un embarazo virtual que te programan o reprograman androides supercomplejos en un plis plas. No sé qué me irrita más si la religión tontaina, el feminismo a lo Netflix o la improvisación del guión. Creo que esto último, porque desde luego es imperdonable. La serie no ha acabado, pero sí para mí, en la segunda temporada seguirán comprobando qué se les ocurre y como en las malas novelas matarán y resucitarán a quien haga falta o harán buenos a los malos y viceversa cuantas veces les convenga para mantener una intriga que da más vueltas que un perro persiguiéndose el rabo.