Asistimos impávidos al sinsentido. La directora recrea sin cortapisas una enferma sociedad que se abre en canal para mostrar los enfermos resortes de una realidad dolorosa. De soslayo vemos y sentimos lo enfermizo que puede llegar a ser el destino. El tiempo se recorta en cada secuencia, pero es ese tiempo el que da vértigo al espectador. No podemos dejar de sorprendernos ante tan maña afrenta a la inteligencia. El espectador asiste frustrado a la visibilización de todos los males del sistema, sin a penas percatarse de que esa misma realidad, con otra careta, es la que se nos muestra en nuestro día a día. Desde la distancia no cogemos el suficiente impulso para aseverar que el presente es idéntico, pero si para ver que el pasado era histriónico y vehemente.
Las interpretaciones son las que llenan de sentimiento cada personaje. Ya no hablamos de la rabia y la contención de los actores en su madurez, si no del miedo y de la vergüenza que emiten las miradas de los más pequeños. Vera Farmiga y Felicity Huffman son el contrapunto, el lado malo de las cosas..., su inteligente interpretación añade calidad, eleva el producto final, intensificando esa relación, no presencial, de confrontación ideológica. Podemos llegar a tener la sensación de partidismo en la escenificación, pero también podemos llegar a saber que el dramatismo es contenido en cada secuencia...