Tengo el recuerdo de esos hospitales de la otra época, con azulejos blancos y monjas a la carrera. Y el recuerdo de esta película en boca de muchos. EL SUR. Un sur que no sería el sur, como diría Groucho, sin el sur.
No hablar lo suficientemente bien de una vaca sagrada, en esta santa casa, le supone a uno dos puntos negativos sin fórmula de juicio. Es como si se estuviera obligado, vaya, a mostrarse encandilado, entusiasmado con la vaca. Pero es que EL SUR, además de ser de una lentitud espantosa, tampoco presenta, fuera de la música de don Enrique Granados, nada del otro jueves. Que para reflejar la decepción de una persona que descubre al fin quién es otra persona no hace falta tanta cadencia. Y que para pintar ambientes y lugares de aquellas latitudes me quedo con Pío Baroja.
Y ahora, caigan sobre mí todos los anatemas que sean necesarios.