En primer lugar, de levantarme una mañana convertido en Henry Fonda, haría las paces con Jane. Luego, repetiría las escenas de los besos con Vera Miles en FALSO CULPABLE... con besos de verdad.
No sé si en la historia real que se oculta tras la película se conculcaron tanto los derechos del acusado como en el caso de la ficción, pero, igual que sí ha sucedido en épocas de delaciones, por culpa de unos cuantos desaprensivos, y desaprensivas, un pobre tipo vino a dar durante un tiempo con sus huesos en la cárcel.
No es lo mismo que lo que ocurre en El proceso, de Kafka, donde se cuenta la historia de Joseph K, a quien alguien debió de haber calumniado puesto que, sin haber hecho nada malo, fueron a arrestarlo una mañana. Y no es lo mismo porque, si bien leyendo el libro del genial autor checoslovaco se puede llegar a obviar que el interesado se calle como una puerta, no ponga el grito en el cielo o pretenda olvidar todos los resortes de que el sistema le dota para salir airoso (que al fin y al cabo es Kafka, por el amor del monstruoso insecto), no se debe
transigir al mirar la película con la idea de que, entrada ya la segunda mitad del Siglo XXI, vaya alguien a decidirse a observar, más que a hablar, por mucho que su parecido con el tipo que ha desvalijado a media docena de comerciantes sea nada más que una pura coincidencia.