Me acuerdo de Bécquer. Y de esa rima preciosa que habla de genios dormidos esperando una voz que les diga: "levántate y anda".
Lee Krasner, abnegada esposa de Pollock, fue la voz querida. Mujer capaz de renunciar a su carrera para propulsar la de su marido, sabedora de la magnificencia de él, procura, en la cinta, apartarlo de las distracciones y de los vicios, como depositaria consciente de una herencia que se debe al mundo. Quizá en homenaje a ella, a todas esas mujeres silenciosas y acaso cubiertas de polvo que potenciaron y cuidaron de genios dispersos, Marcia Gay Harden se llevó el óscar.
Qué difícil es, hoy en día, encontrar una pareja vigilante, encontrar a alguien que te lleva por el camino recto, que te dice los libros que debes leer y qué escribir. Y qué difícil es conjugar el encuentro con el maldito libre albedrío.
Pollock, la película, es simplemente pasable. Pero a mí me ha hecho recordar aquella arpa olvidada del salón en el ángulo oscuro, y añorar a no sé quién que me cuide y me vigile, y que llame a la vida a todas las notas que duermen en mis cuerdas como el pájaro duerme en las ramas.