¿Cómo que «color de pelo horrible»? Eso suelta la cándida Elle Woods respecto al cabello de una espectacular Raquel Welch, como si el cabello oscuro fuese por necesidad más feo que el rubio. De tan reivindicativos que quieren ser, al final caen ellos mismo en el más absurdo de los prejuicios. Yo es que soy morena, que conste.

Entretenidilla película de género indefinido que consiste básicamente en demostrar lo maravillosas que son las mujeres y lo espeluznantes que son los hombres. Esta tónica es una idiotez tan grande que yo, que soy mujer, me siento insultada. Por suerte o por desgracia, todavía no estoy en esa etapa de resentimiento hacia el varón que refleja la película, ni necesito reafirmarme en mi feminidad denigrando, humillando y falseando lo masculino. Me parece perfecto que se dignifique a la mujer, pero lo que hace «Una rubia muy legal» no es eso, sino complacerse en los clichés de la guerra de sexos sin un mínimo de coherencia. Así, Elle se queja de que los hombres sólo la consideren por su físico y, por extensión, que no permitan que una mujer bella tenga poder, cuando minutos antes, en una escena de vergüenza, ha enseñado a sus amigas de peluquería cómo engatusar a un hombre empleando sólo y exclusivamente su cuerpo, «sacando pecho», además. Pues muy bien.

Lo del juicio es patético, porque lo que hace Elle creo que lo haríamos todos los espectadores, incluido el espantoso chihuahua que la rubia-que-va-de-tonta-y-a-veces-lo-es lleva a todas partes, en un gesto de extrema vulgaridad; vamos, que sus méritos se los tendrían que haber currado un poquito más. Al menos, se tiene la decencia de no catalogarla como «comedia romántica», porque aquí el amor es lo de menos y, de hecho, el romance ni sale sino que se da por sentado, lo cual creo que va en su detrimento.

A veces divertida y siempre simpática, aunque te repateé una historia tan manida y pastelosa. Que algún día hagan la contrarréplica: «Una morena muy legal». ¿Tendría el mismo gancho?