17 de octubre de 2010
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Es dificil que Oliver Stone haga una película mala de solemnidad, dado su conocimiento del cine y ese ritmo ágil que imprime a su obra, sin necesidad de recurrir a montajes a lo Michael Bay. En el caso de esta secuela, me parecía innecesaria antes de verla y me parece increiblemente innecesaria después de verla, pues aunque esté rodada con sabiduría y no se haga pesada (salvo la parte final), sus defectos superan a sus virtudes. Para empezar, el guión es un pretencioso panfleto "anti-capitalista" sobre la última crisis financiera que, sinceramente, está mucho mejor explicado por Leopoldo Abadía en 15 minutos, y que queda muy ridículo porque Stone no le mete la sangre que debería, teniendo en cuenta que les ha dedicado un panegírico a Chavez y a Castro. Así, los malutos de Wall Street se mueven entre el Playboy llorón (Josh Brolin), el pipiolo pasivo-agresivo-ecologista (LaBeouf), y un Gordon Gekko absurdo y que en el fondo era el único reclamo de la película. Resumiendo, el espectáculo empieza bien, pero gracias a que el personaje de LaBeouf está mal elegido y que el guión se despeña por simas lacrimógeno-moralistas, al final todo queda en un producto cercano a la tomadura de pelo.
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