Para ser un film dirigido por Richard Lester, cineasta irregular y sobrevalorado donde los haya, no está nada mal. Es más, de las películas de Lester que recuerdo haber visto, creo que ésta es la que más me ha gustado. Es más, debe ser, seguramente, una de sus mejores películas, si no la mejor. Ello, en cierto modo, y sin haber visto la película, es una sorpresa, puesto que la idea -Lester, apuntándose a la moda del cine de catástrofes- era bastante oportunista.

La película cuenta con frialdad, sobriedad, eficacia, sentido de la observación y unas pequeñas dosis de humor, la crónica de un plan terrorista que pretende volar un transatlántico que viaja entre el Reino Unido y los Estados Unidos de América, con todos sus pasajeros y toda su tripulación. El desenlace final es terriblemente angustioso, y el papel de Richard Harris parece hecho a la medida de este actor. Lo que no entiendo es que el personaje de Harris se disponga a desactivar bombas con un gorro de marinero en la cabeza, como no sea para sudar más aún.

Como en otros títulos del cine de catástrofes de esos años 70, hay un sentido alegórico: el microcosmos compuesto por la tripulación y el pasaje del barco es una alegoría de la sociedad, tal vez británica, tal vez occidental, tal vez mundial. La crisis es una prueba tras la que ese microcosmos -por delegación, la sociedad a la que alude la alegoría- debe salir, y sale, fortalecido y purificado.