"Tropa de élite" es un largometraje impactante, impresionante y polémico; su secuela, la que aquí analizo ahora, va en la misma línea, y no decepciona, lo que ya es mucho para una secuela. En realidad, después de ver esta secuela, en una primera impresión se puede pensar que esta película traiciona a la primera: el enemigo de Roberto Nascimento ya no está en las favelas, ni en las universidades, sino en los despachos del poder político,ya sean los de la ciudad de Río de Janeiro, o los más lejanos de Brasilia.

Más que una traición, en esta secuela hay un cambio de perspectiva, un nuevo enfoque, más amplio, de los males que afectan a la sociedad brasileña. En la primera parte los enemigos, con ser muchos, están más claros; en esta segunda parte, que traslada la acción al siglo XXI, a la actualidad del año de producción del film, los enemigos están ya en todas partes, porque todo el sistema está podrido. Es muy curioso que aquí Nascimento se termine aliando con el que, en principio, era su enemigo, Diogo Fraga (Irandhir Santos), activista defensor de los derechos humanos, luego político de izquierdas: una alianza muy lógica, pues la forman los hombres que, aunque estén en campos opuestos, aún conservan esos valores tan raros hoy día: honestidad, sentido de la justicia, valor.

El final, incierto y abierto, está a la altura de la complejidad e importancia de los problemas que se plantean en su guión, presentes no sólo en Brasil, sino también en España, líder mundial en corrupción, y, me atrevería a decir, en el resto del mundo. Sin duda, es una gran película, de ésas que todo el mundo debería ver, no sólo para saber más sobre la corrupción y el sistema, y reflexionar a fondo sobre ello, sino también, sin duda, para pasar un buen rato, viendo el mejor cine. "Tropa de élite 2" une de manera magistral reflexión y espectáculo, y con una soltura que ya quisieran muchas producciones de Hollywood.