Que sí, amigos, que vista hoy, Mary Poppins causa una indigestión notable de azúcar. Que sí, que tampoco es para tanto. Pero que levante la mano el que nunca se la haya visto en una o muchas tardes lluviosas sin nada más que hacer, o el que nunca haya cantado alguna de sus canciones, o el que nunca haya querido ni por un momento tener una niñera como Mary Poppins. Además, le escueza a quien le escueza, es un clásico del cine, y lo es porque su encanto y su simpatía siguen vivos 52 años después. Además, ¡qué porras!, tiene elementos excelentes. El principal es la pareja que forman en pantalla una mágica Julie Andrews y un soberbio Dick Van Dyke, que compone uno de los personajes más buenrollistas del cine. ¿Y qué me dicen del humor que aportan la madre sufragista o la criada, o del espectacular número de baile en las chimeneas de Londres? Puro talento.
Lo dicho, tiene sus cosas que hoy en día ya no nos gustan tanto, pero ocupa con todo merecimiento un lugar propio e imborrable en la historia del cine.

Lo mejor: Su encanto y la pareja que forman Andrews y Van Dyke
Lo peor: Su cursilería extrema