“Las horas del verano” a lo mejor puede resultar un drama menor, pero de todas formas, los cineastas franceses tienen “la varita mágica” para este tipo de historias, más acorde con la antigua tradición de ese cine francés que nos habla de dramas familiares, aunque también hay más recientes como “Cuento de navidad”, de Arnaud Desplechin o “El primer día del resto de tu vida” de Rémi Bezançon.

Olivier Assayas con una cámara serena e inteligente, a mi juicio nos relata —más allá de un prolijo retrato sobre los afectos y decisiones encontrados entre tres hermanos ya adultos (Adrienne, Frédéric y Jérémy) frente a la herencia de su madre—, la metáfora que representa el paso del tiempo en la vida del ser humano y los apegos (¿o devociones?) de las cosas a través de los años vividos.

Es pertinente enfatizar, no obstante, que el cineasta francés lo cuenta con sutil, delicado y considerado tono, propio de la fluidez pausada del relato. Y más allá de ser el film un retrato pacientemente narrado sobre los sentimientos de tres hermanos, donde cada uno lleva su propia vida; a veces es bueno detenerse un momento —apearse en la carretera— y descubrir el sentido de la existencia, justo cuando se va a un punto de encuentro, del cual no es posible escapar. Además, una reflexión: ¿Vale la pena hablar de las cosas adquiridas con el paso del tiempo, y que a lo mejor y para nadie más sirven para nada?

Pienso que no hay nada de extraordinario en “Las horas del verano”, pero la historia es tan universal, que aunque de pronto puede parecernos igual el compromiso o no entre hermanos, las diferencias personales entre ellos (diálogos exentos de resentimientos en un guión escrito tan bien por Clémentine Schaeffer); que todo lo observado en este contexto en la película, luce con mucha naturalidad.
Gonzalo Restrepo Sánchez (Film critic. Barranquilla, Colombia).