Sí, es claramente posible quedar desencantado, pero sintiendo que, al final, te acoges sin restricciones a como han quedado las cosas. Piénsenlo bien y ustedes tendrán sus ejemplos. Yo acabo de comprobarlo nuevamente viendo a “GIGÍ”, el semi-musical de Vincente Minnelli, con el que se haría a tres globos de oro y a nueve premios Oscar (incluidos, en ambos, el de Mejor película y Mejor director).

Trataré de explicar lo antes dicho. Formalmente, la película es inobjetable, pues en ella todo es esplendoroso (decorados, iluminación, vestuario, fotografía, canciones…) y París (¡otra vez París como la tierra de los cuentos de hadas!) resulta tan grata con su espectacular colorido, como tan divertidamente ridícula con sus aristócratas de trajes apretujados, su comidilla imprudente y sus ambiciones desmesuradas.

Después, vienen unos personajes que son el perfecto retrato de las sociedades ampulosas y atosigadas de interés y de apariencia: El muy simpático Honoré de Lachaille, un mujeriego empedernido que no por nada ha vivido bastante; su sobrino Gaston, un coleccionista de aventuras amorosas, encantado de llenar cuartillas y cuartillas de las páginas sociales de los periódicos con los que, antiguamente, la gente se limpiaba el cu…ero de los zapatos; la madre soprano, un personaje muy certeramente recreado a lo largo de la película; la abuela comprometida y encantadora, que no escapa del deseo de ver a su nieta casada con mucha altura; y la tía Alice, la perfecta cortesana empeñada en que su sobrina siga sus pasos, porque eso conviene a <todos.

Y Gigí -la encantadora Leslie Caron a sus 28 años, haciendo todavía y perfectamente de niña de 20, pues en 1900 solo se era mujer a los 21- un personaje colmado de alegría por la vida, vivaz, juguetona y sin compliques de los que pululan en la artificiosa $uciedad. Al verla junto a Gaston (nombre que suena exactamente en español a un hombre generoso con el dinero), sentimos de forma esperanzadora que Gigí – joven, pero con carácter- va a tener el talento suficiente para rescatarlo de la farsa atropelladora en que él se desenvuelve cada día, no obstante que anhela constantemente el ambiente modesto pero palpitante en que viven la nieta y su abuela.

Pero (indispensable hablar desde aquí de asuntos claves del filme), Gigí se deja manejar de su glamurosa y ambiciosa tía Alice… y lo que sigue nos prepara para ver lo que suele ocurrir en tal ambiente, con la terrible decepción de que vence la sociedad hipócrita y aristocrática, y la espontánea y vivaz Gigí, termina convertida en otra metalizada cortesana más, con ese frío aroma a sepulcro blanqueado. No salva ella a Gaston de este ambiente como nos hubiera encantado… ni la salva él a ella, al terminar aceptándola con su nuevo aire de frivolidad y acomodamiento.

Así pues, es como el filme nos decepciona. Pero apenas abiertos los ojos al mundo objetivo y con tanto desbarajuste como el que por muchos años venimos padeciendo, resulta este final siendo tan fiel retrato de lo que comúnmente ocurre, que de esta manera rompe decididamente con los cuentos de hadas y termina mostrándonos que la realidad suele ser muy cruel y decepcionante a cuenta de las ambiciones.

¡Cuán preciso ese último fundido en negro! ¡Y cuán triste suena la frase premonitoria de Gigí: “Si he de ser infeliz, prefiero serlo contigo”! Porque creemos que ella se merecía la felicidad… y no es allí, seguramente, donde podrá encontrarla. Hasta ella misma lo sabe.