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Voto de Talamasca:
9
Thriller. Drama Dos amigos dedican su tiempo a construir lanzallamas y otras armas con la esperanza de que se produzca un apocalipsis global que despeje el camino de su banda imaginaria, Mother Medusa, y asumir ellos el dominio de la humanidad. Mientras aguardan el comienzo de la destrucción, uno de ellos conoce a una joven carismática de la que se enamora rápidamente. Tras un intento de integración en el grupo, la pareja huye en un viaje de traición, ... [+]
10 de junio de 2017
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Evan Glodell y Joel Hodge contaban, para iniciar su aventura, con 17.000 dólares y una Silicon Imaging SI-2K Mini modificada por el propio Glodell con piezas antiguas y lentes rusas. Imposible no pensar en los protagonistas de la película, también tipos exiliados por su propia voluntad, viajeros al margen de la sociedad, fabricando sus propios instrumentos para afrontar el fin del mundo: ante el caos, do it yourself. Podría deducirse, dadas estas circunstancias, que el relato de Bellflower podría ser una especie de oda al individualismo varonil, una puesta al día del clásico panegírico dedicado al héroe americano que afronta sus retos y triunfa sobre la sociedad bienpensante. En realidad, el film de Glodell es todo lo contrario, es el apocalipsis de una masculinidad dubitativa.

Fijémonos para ello en el momento en que Woodrow y Milly toman contacto, con ella triunfando en una prueba aparentemente poco femenina (según los cánones clásicos) o en el hermoso plano cuando ambos descansan en el interior del coche tras su viaje iniciático (-Te lastimaré y no seré capaz de evitarlo -¿Cómo sabes que no seré yo el que te acabe lastimando? – Lo dudo). Es Milly de nuevo quien toma la iniciativa en el inicio de las relaciones sexuales y, por supuesto, es Woodrow quien se siente amenazado por la sombra de una posible infidelidad. Es lógico pensar que la afición de nuestro protagonista a los lanzallamas, o su transformación física supone una especie de afán sustitutivo ante las dudas que él mismo establece, de manera más o menos obvia, sobre su rol sexual en la pareja, sobre la inversión de los roles de dominación-sometimiento. El recurso a la violencia sería, de esta manera, el último (y finalmente fútil intento) de recuperar el trono de su ultrajada hombría.

En este sentido Bellflower nos sirve como herramienta de análisis si no para entender, sí al menos para conocer, la génesis de la violencia machista. Más allá de las vinculaciones obvias con el resto de la saga Mad Max, resulta estimulante pensar en ella como una suerte de precuela de la última película de la franquicia creada por George Miller, Mad Max: furia en la carretera (Mad Max: Fury Road, George Miller 2015) donde podríamos ver en el tránsito de Woodrow el nacimiento del villano Immortan Joe y los porqués de su obsesión de dominación patriarcal, del harén de sumisas esposas, de las herramientas que le convirtieron en señor del desierto postnuclear. En este sentido podemos imbricar el portentoso trabajo fotográfico de Joel Hodge, que ayuda a dotar a Bellflower de su eminente capacidad nostálgica, con sus fotogramas manchados por la pátina de las eras, como un viejo videocasete que un polvoriento superviviente repasara una y otra vez intentando buscar las causas de por qué todo se fue a la mierda, justo antes que las bombas comenzaran a explotar.
Talamasca
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