Todas las películas que he visto del realizador Ken Loach han sido películas que han tratado con un gran realismo los conflictos de toda clase en la que se halla inmersa la sociedad actual. Esta película que nos ocupa trata el tema del amor entre jóvenes que pertenecen a diferentes religiones, cultura y raza. Hay una serie de hechos que se reflejan en el filme, unos de mayor transcendencia que otros.

En primer lugar podemos apreciar como la cohesión social de un grupo étnico, en este caso establecido en otro país, pakistaníes musulmanes de origen indio establecidos en Inglaterra, limita y por lo tanto condiciona la libertad individual de sus miembros, que deben obedecer las normas no escritas de la comunidad.

En segundo lugar podemos hablar de un fatal e inevitable círculo vicioso, de tal modo que cuanto más se estrecha o cohesiona el círculo, una parte de la sociedad se vuelve más xenófoba contra ellos.

En tercer lugar se puede llegar a cuestionar la creencia extendida de que el amor es fuerte, rompe prejuicios y rompe barreras. No es cierto que el amor es eterno, si fuese cierto sería invencible.

Por eso la experiencia de los más viejos, que saben que el amor no dura, intentan establecer alianzas matrimoniales entre miembros de su propio grupo para que el clan no se desintegre en un mundo complicado y peligroso en un país extraño que nunca los aceptará como ciudadanos ingleses.

Finalmente la imagen que transmite la raza blanca a las demás o la creencia, fundada o no que tienen, de que las mujeres blancas al menor contratiempo abandonan a sus maridos cuando no cumplen con las expectativas que esperan de ellos. Claro está que hablamos de la mujer occidental emancipada, que no quiero ser víctima de una francotiradora feminista apostada donde menos te lo esperas.