Lo primero a destacar es lo formal: esa fotografía en b/n, esos encuadres tan pictóricos, esa sobriedad que hace que nos olvidemos de que existe la cámara. Luego el ambiente opresivo, esa falsa paz que recubre un mar de podredumbre a punto de estallar. Recuerda, claro a Ordet. También al Bergman de El huevo de la serpiente o Fanny y Alexander (sólo en la represión puritana, no en el tratamiento mucho más luminoso y esperanzado). Me cabrean las pelis de protestantes ultras y en ésta dan ganas como nunca de traspasar la pantalla y estrangular al susodicho con el puto lacito blanco. Lo digo como mérito, porque creo que cabrear al espectador es la principal motivación del autor. Y lo consigue, vaya si lo consigue. El mal, ese mal agazapado entre santurrones e hipócritas, en un pueblo al borde de la guerra; es decir, en puertas de enfrentarse al mal cara a cara. Inquietante, o sea: Haneke.