En un año indeterminado de un lugar impreciso, un anodino e inexpresivo ciudadano (un Joaquín Phoenix impecable) intenta escapar de la soledad y la frustración mediante su relación con un programa informático. El mundo que se nos presenta es una especie de recreación de las estética años 80 aderezada por vibrantes ramalazos de color intenso. Los escenarios son sobrios y no existen efectos especiales, buscando lograr el protagonismo de la tesis sobre todo lo demás. Me recuerda en eso a películas pretendidamente futuristas como "Farenheit 451", en el ya lejano 1966. El mundo en que se desarrolla la historia no es muy distinto del actual; la diferencia más notable es la desaparición total de los cables entre dispositivos digitales, de modo que todo se reduce a un teléfono móvil de aspecto un tanto vintage y un audífono en la oreja. Por ahí le llega al personaje toda la realidad convertida en sugerente voz de mujer. Ella se convierte en secretaria para todo y da lugar a lo que cualquiera puede suponer. Estamos ante una fabulilla moral sobre la dependencia de unas máquinas que, a la larga, nos apartan de la realidad carnal y verdadera. Interesante reflexión.