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Argentina Argentina · Buenos Aires
Voto de Maija Meier:
10
Drama. Acción Basada en hechos reales. Un taxista de Seúl ayuda a un reportero alemán a cubrir el Levantamiento de Gwangiu, en 1980 en Corea del Sur. (FILMAFFINITY)
17 de noviembre de 2020
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택시 운전사, o A taxi driver, doblada también como Un taxista: los héroes de Gwangju. Un largometraje dramático de acción histórica, del año 2017 y dirigida por Jang Hoon; retrata la masacre de Gwangju, en el marco histórico de lo que fue el movimiento democrático y/o alzamiento de Gwangju. Basada en hechos reales, al sur de Corea del Sur, centralizada, a su vez, en la historia de un taxista. El levantamiento popular de la ciudad de Gwangju sucede en 1980, y abarcó 9 días: del 18 al 27 de mayo. Un año antes, el 26 de octubre fue asesinado el dictador Park Chung-hee que había gobernado 18 años (de 1961 a 1979), y le sucede el primer ministro Choi Kyu-hah, ratificando su mandato en las urnas y 6 días después de asumir, ocurre el Golpe de Estado del 12 de diciembre dentro del alto mando militar que resulta en el ascenso de facto del general Chun Doo-hwan. En este contexto y tras la ley marcial decretada luego del asesinato de Park, utilizado como excusa para el control social, comienza la película.

Un taxista sale de un túnel conduciendo, como si la oscuridad que dejara atrás le representara la metáfora de un acontecimiento trágico. Viaja felizmente, sonríe y canta, no sólo como si amara su trabajo sino además porque lo ama a causa de lo que el trabajo representa para él. Un trabajo que, como si le fuese un regalo de vida y su cuidado auto el reflejo de un querido recuerdo, le brinda apenas lo necesario para la supervivencia de él y su hija, una tierna pendenciera. Tras atravesar el autopista llega a la ciudad y he aquí el primer indicio de lo que será: tráfico a causa de una manifestación, una de las varias que en aquel entonces llevaban a cabo los sindicatos para exigir el cese de la ley marcial, la democratización política, por un salario mínimo y por la libertad de prensa. La triste aventura, lentamente, da sus primeros pasos.

Es interesante destacar el rol de la música personificada por el protagonista, cuya significación no es azarosa. Lo acompaña en su vida de clase trabajadora y en el instante del despertar de su conciencia... Es también notable su simpática alienación: su sentido del humor, su carencia de odio, su inerte anticomunismo, claramente producto de la hegemonía. A tal punto estos elementos configuran lo que podríamos decir, la primera parte de la obra, que en principio emerge la sensación de una afable comedia, humilde y sutil, en los límites de un acontecer dramático debido a su condición de clase. Su ausencia de odio en la queja resulta una protesta individualizada al paso, inocente. Su inercia ideológica, inclusive, sugiere simpatía a causa de su ingenuidad pulcra. Un trabajador que se ha erguido sobre su dolor, sin dejar por ello de padecer las consecuencias de su clase social. Debiendo el alquiler, necesita conseguir dinero cuanto antes. En su búsqueda, la historia se desarrolla de lleno en su núcleo: conoce a un alemán que, siendo trabajador de prensa, arribó de Japón a causa de los misteriosos acontecimientos de Gwangju. Sí, misteriosos porque dicho pueblo estaba cercado comunicacional y físicamente. Nadie podía entrar a la ciudad sitiada, ni salir. Nadie se podía comunicar con ella, ni ella con nadie. ¿Qué ocurría? Ese era el misterio que el periodista estaba dispuesto a descubrir, y a exponer. Pero necesitaba un taxista... Sobre el contacto con la ciudad, en su llegada, lo que es para nosotros también un acontecimiento, se logra transmitir con extrema fidelidad el asombro. Nuestros ojos son también los ojos sorprendidos del taxista y su pasajero. Ese ver atento, ese dejarse abrazar por las imágenes, acontecer por los rastros de la revuelta. Ese pensar: aquí sucedió algo..., algo grande. El silencio y la suciedad, el aerosol y el vestigio, configuran paredes que hablan y consignan. Pasacalles que gritan; carteles que exclaman sueños. El director, a más tardar, logra captar el sentimiento de solidaridad, propio colectivamente a los alzamientos populares. No se priva de nada: capta también la lucha y el sufrimiento, la injusticia y las lágrimas, la resistencia y el coraje. En cada sentimiento, una acción. En cada sensación, una contemplación ardiente. El sincretismo entre la pregunta y el silente nos conducen a la superación de todo miedo, y nos sumerge con excelente temple en las fronteras del heroísmo anónimo. Pienso: necesitamos armas. Siento: no hay más camino que la lucha total. Necesariamente, una seriedad madura debe invadir el rostro del espectador. Necesariamente, un puño cerrado entre lágrimas. La realidad, la lucha de clases, se impone. Se nos imponen las circunstancias: emergencias de la estructura. Así sucede en el mundo: no importa qué estemos haciendo o cuán ignorantes podamos llegar a ser, cuando la explosión social aflora, todo crece, incluídas nuestras oprimidas conciencias. Rebasa por todos lados la contienda. Nos damos cuenta, debemos darnos cuenta, y tarde o temprano debemos tomar partido.
Maija Meier
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