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Voto de Sergio Berbel:
10
Drama Cuatro sacerdotes conviven en una retirada casa de un pueblo costero, bajo la mirada de Mónica, una monja cuidadora. Los curas están ahí para purgar sus pecados y hacer penitencia. La rutina y tranquilidad del lugar se rompe cuando llega un atormentado quinto sacerdote, y los huéspedes reviven el pasado que creían haber dejado atrás. (FILMAFFINITY)
11 de diciembre de 2020
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
“El club”, del chileno Pablo Larraín, es la película que mejor refleja el vomitivo asunto de la pederastia en el seno de la iglesia católica. Y lo es porque su propuesta es dura, descarnada, un puñetazo en mitad del estómago del espectador, fría, agreste, despiadada, gélida, implacable, que araña al espectador hasta causarle heridas, (maravillosamente) desagradable y todo ello, ese es su mayor mérito, sin caer en ningún momento en el morbo de mostrar una sola imagen al respecto. Todo ocurrió en el pasado, está fuera de campo, porque a Larraín solo le preocupan las consecuencias de semejantes aberrantes hechos, no los hechos en sí.

En su propuesta abigarrada e inmisericorde con el espectador, resulta muy superior a otros acercamientos al mismo tema más celebrados (pero más dulcificados y comerciales) como “Spotlight” de Thomas McCarthy o “Gracias a Dios” de Francois Ozon. Y con ciertos golpes salvajes de guión que lo acercan al dios Michael Haneke, un estilo cinematográfico ya en sí mismo.

Es una película que pretende y logra ser abiertamente perturbadora y desagradable desde un prisma distante y gélido. Una película que carece absolutamente del más mínimo rastro de amor o humor. Desasosegante en su alejamiento despiadado respecto de los personajes.

Con un estilo visual también agreste, una fotografía descolorida y feísta, unos movimientos de cámara sutiles, unos primeros planos demoledores, nos acerca al interior de una casa en la playa que es el retiro donde la iglesia católica tiene confinados a sacerdotes de oscuro pasado que tienen muchas culpas que expiar y mucho sobre lo que reflexionar, obviamente con la intención expresa de correr un tupido velo. Pero claro, todos se sienten inocentes. No tienen más compañía que una monja, igualmente de pasado escabroso, que desarrolla a la vez su papel de cuidadora y carcelera.

Cuentan también con un galgo, con el que ganan apuestas en carreras, a pesar de que tienen prohibido relacionarse con los habitantes del pueblo. La violencia de Larraín es psicológica, pero insoportable, especialmente cuando aparece gritando en la puerta de la casa un adulto que fue víctima de la agresión sexual de uno de los sacerdotes que allí habitan. La violencia estalla y la autoridad eclesiástica manda a un “solucionador de problemas” que tendrá que tomar las riendas de tan infecto lugar. Una película no apta para todos los paladares pero un testamento fílmico de primera magnitud.
Sergio Berbel
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