Mi reconciliación con Daldry ha sido mucho más rápida de lo esperado. Si bien hace pocos días lo ponía a caldo tras visionar su ultrapedante “Las horas”, he de admitir que su último trabajo me ha constatado una inferencia aplastante: por las venas de este hombre corre mucho cine. Cine del bueno, por supuesto.

De ninguna otra manera una peli lenta y sucinta como ésta sería capaz de subyugar al espectador de forma tan poderosa. Tan implacable. Tan dolorosa. Sin ampararse en estrategias sensibleras ni moralistas. Mostrando la verdad con toda su crudeza, con toda su desnudez. Una desnudez física y moral que concurre en el cuerpo y en el alma de Hanna Schmidt (Kate Winslet), uno de los personajes más ambiguos, cautivadores y controvertibles que podamos encontrar en las carteleras actuales. Huelga decir, por consiguiente, que su oscar no sólo era merecido, sino obligado. Mi más sincera enhorabuena, Kate. Hacía muchísimo tiempo que una actriz no me encogía el estómago de forma tan salvaje.

(adictos a las frases lapidarias, pasen por el spoiler)