Si “Los archivos del Pentágono” es la edad de oro del periodismo, “Matar al mensajero” vedría a reflejar el momento en el que el trabajo de reportero, el investigar para revelar una verdad al lector, con el que se tiene un vículo moral y ético, empezó a pervertirse y los gobiernos, apoyados por medios – afines al color ideológico del gobierno o por competencia mal entendida- , pudieron ejercer presión para que determinadas noticias dejaran de ver la luz o la vieran con la luz adecuada a sus intereses. Un momento triste para la sociedad como tal que ha quedado tuerta a la hora de poder formarse opiniones.

“Matar al mensajero” empieza con mucha épica, describiendo cómo un simple periodista de un remoto periódico local estadounidense destapó el escándalo de la venta ilegal de armas a la Contra nicaragüense en los tiempos de Reagan. La labor del hombre, se presenta como fundada y sólida, hasta el punto de que es validada localmente, publicada y reconocida por sus jefes y por el gremio en general como excepcional, como un modelo a seguir. En el segundo acto, el Gobierno y sus agencias empieza sus presiones y medios afines o con ganas de saldar cuentas, inician una labor de desacreditación que logra su efecto y va hundiendo la fibra moral primero de los dueños y luego de sus jefes. En el tercer acto se consuma el cambio de modelo y ya nos centramos en el peaje personal del pobre hombre, sólo por cumplir con sus principios. El epílogo es piadosamente breve.

Es una película sencilla de ver, muy descriptiva pero que no aburre. Cuenta muchas cosas de una manera comprensible, hilvanada y deteniéndose donde pueda haber información relevante o compleja. No hay material para grandes interpretaciones pero hay un montón de caras conocidas dándolo todo, con una energía que se transmite al conjunto. Buena. Digna de dedicarle las dos horas que dura y luego un rato más a reflexionar sobre lo que estamos viviendo en la sociedad actual con esa relación tan mercenaria entre la prensa y el poder.