En cierto modo, tengo la sensación de que la estrategia de Dreamworks contra Pixar ha seguido, durante gran parte de sus trayectorias, lo que decía ese conocido aforismo que solía aplicarse al ejército soviético: «la cantidad tiene su calidad». Mientras que Pixar, durante su época dorada, maduraba cada producto, lo depuraba y pulía hasta ofrecer una obra memorable tras otra (lo de hablar de obras maestras se lo dejo a otros), Dreamworks parecía empeñada en saturar el mercado con productos de indudable calidad técnica y artística, pero sin esa chispa de alma, ese toque vital, que separa la artesanía del arte. Visto en retrospectiva dicha estrategia fue, posiblemente, exitosa pero pagando un precio importante: la factoría logró asentarse en un mundo, el de las producciones de animación, cada vez más abierto y salvaje… pero como el eterno segundón. Sí, se hizo un nombre entre el público que era sinónimo de «humm… Dreamworks, vayamos a verla, probablemente valga la pena» pero también de que segundas y terceras partes no son buenas, con muchos cadáveres de sagas míticas dejados por el camino con su reputación por los suelos.

Esta “Los Croods” es un ejemplo. Ágil, entretenida, de buena factura, con mucha acción, vistosa, simpática y repleta de chistes eficaces, es una película para toda la familia con la que se pasa una buena tarde y que es complicado que decepcione… pero que no se queda grabada ni en la memoria ni en el plano emocional. Al cabo de un mes, ¿de qué nos acordamos? De que iba de rollos prehistóricos, de que había porrazos, muchos dinosaurios y que el niño era un trasto. ¿Y al cabo de un año? Exacto, de nada… salvo de que volverías a verla porque dejó buenas sensaciones y te hizo pasar un rato muy agradable. Vista la evolución de las sagas Shrek y Madagascar, no apostaría gran cosa por una hipotética segunda parte, pero “Los Croods. Una aventura prehistórica” mereció y merece la pena.